miércoles, 21 de agosto de 2013

Atrapados en el paraíso - Patxi Irurzun

Poco a poco sigo desgranando la producción narrativa del navarro Patxi Irurzun. Tras un libro de cuentos desenfadado pero con un fuerte contenido de denuncia social, como era La tristeza de las tiendas de pelucas, y un dietario donde recogía una etapa importante de su vida, Dios nunca reza, tenía ganas de leer este libro de viajes que surgió de una manera muy curiosa. Patxi Irurzun era un treintañero que aspiraba a escritor. Le habían publicado algunas cosas en diferentes revistas y colaboraciones y creo que tenía algún que otro libro en el mercado. De vez en cuando, caía algún premio literario. Como el que convocaba El País Aguilar: seis mil euros para gastar en un solo viaje. Patxi, en lugar de escoger pasar quince días en el mejor hotel de una ciudad europea cualquiera o vivir a todo trapo en una playa paradisíaca con una pulserita que le abriera todas las puertas de los placeres más vacuos, decide irse, junto con un compañero fotógrafo, a uno de los mayores vertederos del mundo, el de Payatas en Manila. Para finalizar, se conoce que aún le sobraban algunos euros, deciden acercarse a Papúa Nueva Guinea.

Lo curioso del viaje es que decide llevarlo a cabo cuando empieza a conseguir lo que siempre ha anhelado, esto es, alguien que le quiera. Ella es Malen, una chica que ha conocido hace poco y con la que congenia; y dos, vivir, aunque sea malvivir, de la escritura. Justo antes de partir le publican un libro. Sin embargo, la decisión está tomado; van a ser 101 días fuera de su pequeño mundo que a base de esfuerzo va consiguiendo, pero mejor tres meses lejos de su ideal de vida que el resto de la misma lamentándose por haber perdido la oportunidad. Así que hacen las maletas y a la otra punta del mundo que se van Patxi Irurzun, escritor, y Joseba Zabala, fotógrafo.

No sé gran cosa de los libros de viajes, pero sí que me interesa más la visión del reportero del lugar que los datos antropológicos que me pueda facilitar que están bien para un estudio pero no para una crónica. En este sentido, Patxi Irurzun elabora una especie de diario personal, el día a día de dos blanquitos extraños en aquellos parajes. Los impedimentos continuos, la burocracia más kafkiana, las tensiones de la convivencia, se dan cita en estas páginas frescas, llenas de humanidad.

No me gustaría acabar esta breve nota sin una cita que me impresionó por su belleza entre tanto lodazal:

"Hubo, sobre todo, una de las chabolas que me llamó la atención. En realidad, ni siquiera era una chabola, sólo un colchón, o mejor, la espuma amarilla de un colchón tirada a cielo abierto. Sobre el colchón un hombre, sucio, desharrapado y con una nube espesa de moscas revoloteando a su alrededor, dormía plácidamente lo que parecía una gran borrachera, y a su lado una niña de tres o cuatro años, una pequeña princesita de los suburbios, enfundada en un inmaculado vestido rosa, con sus volantes, sus encajes, sus enaguas, saltaba entre carcajadas sobre el colchón, de modo que con cada uno de aquellos saltos la barriga del señor de las moscas se inflara y se desinflara".

miércoles, 14 de agosto de 2013

Museo de la soledad - Carlos Castán

Uno siempre lleva una pequeña libreta donde va apuntando títulos y autores que le gustaría leer. Una lista cada vez más inabarcable y que sabes que nunca vas a completar porque es infinita y caótica. Pero poco importa, sigues añadiendo libros sin cesar. El otro día, en una librería de viejo de Granada, me topé con este libro de Castán, el segundo publicado por el autor y que luego recuperó Tropo Editores. Llevaba años apuntado en mi lista de futuras lecturas, desde que lo descubriera gracias a la ya mítica antología de Páginas de Espuma sobre el cuento en español. Era el momento de saldar cuentas.

Museo de la soledad tiene la misma pátina melancólica y soñadora de Frío de vivir, más cercanos en el tiempo que Polvo en el neón, su obra más reciente hasta la fecha y que, a pesar de que mantiene las mismas señas de identidad de su prosa, está mucho más contenida, más apegada a la realidad. En este libro, al contrario, su mundo se desarrolla mejor en espacios líricos, cualquier vida que podría haber vivido el protagonista es mucho mejor a la que está viviendo, sin duda.

Escenarios algo transitados, pero no por ello menos interesantes o inteligentes por el planteamiento que hace de ellos Castán. El pueblo en verano y la compañía de su hermano, su mejor amigo. Y la chica, aquella que solo ven en la temporada de estío porque luego cada uno vuelve a sus ciudades (Silencio tan de Silvia); aquellas parejas que dejamos atrás por diferentes causas y que pensamos que con ellas las cosas nos hubieran ido mejor, hubiera sido casi idílico (Viaje de regreso. Muchas veces, querida Laura). Pero si tenemos la suerte de haber vivido ese reencuentro vemos que las cosas han cambiado (Las rosas de la noche); o que no han salido como imaginábamos (De la suerte y de las cosas). Personajes, todos, que viven del recuerdo, como la mujer de Casi marino; o el vagabundo de Con sangre entra.

Personajes solitarios, enfermos de melancolía y desganados de realidades. Pura delicia. Deseando leer su primera novela, Mala luz, que saldrá en octubre en Destino.

viernes, 9 de agosto de 2013

Los versos del hambre - Sara M. Bernard

Al igual que ocurrió con Yo, precario, uno que es treintañero con cierto nivel de estudios y un currículum atestado de diferentes puestos de trabajo, cada uno de ellos con una "gran" historia que contar, ¿cómo no identificarse con estos versos del hambre? ¿Cómo no verte en esas entrevistas grupales donde solo habla el entrevistador (alguien le ha explicado lo que significa el término entrevista)? ¿Cómo no sentirte ridículo ante tantas gilipolleces enmascaradas de dinámica de grupo? ¿Cómo no cagarte en su puta madre, en definitiva, cuando a la pregunta de qué salario vas a cobrar te sueltan, por enésima, vez aquello del contrato mercantil, que en el futuro puedes gestionar tu propia oficina, bla, bla, bla?

Sí, de la precariedad laboral habla Sara Bernard, pero donde en la novela de López Menacho se veía un cierto toque irónico de vez en cuando, incluso parecía divertida esa precariedad en ocasiones, o había, cuanto menos una mesura a la hora de plantear su tesis, un cierto tono medio, una clara voluntad de estilo, las ochenta y cuatro páginas de Sara Bernard están escupidas a modo de catarsis, de rabia contenida ante un mundo laboral cada vez más despiadado. Mucho más amargo, en este sentido, este texto. Más contundente, a mi juicio. 

El libro se divide en pequeños capítulos donde se narran año a año los diferentes trabajos por los que ha pasado, con sus correspondientes miserias y abusos: más horas de las normales, tareas que no te corresponden, mal pagadas (cuando pagan), empresas con diferentes nombres que siempre son las mismas y que no se sabe muy bien el porqué son legales o, cuanto menos alegales (sí, yo también he ido a varias entrevistas de trabajo y, cuando he llegado al sitio he recordado que ya había estado allí, pero el nombre de la empresa era distinto, pero el personal el mismo, pero el producto a vender distinto; en fin, un lío). 

Todo trabajador precario pasa por esa etapa en que cree que tiene la culpa de que no le salga trabajo, pero luego se da cuenta de que la culpa no es suya, que está dispuesto a trabajar de lo que sea, que no es un elitista que solo busca trabajo de lo que le correspondería; que lo único que pide es que le paguen. ¿Es eso tanto pedir? Incluso llega al punto de aceptar trabajos con contratos mercantiles, donde no te das de alta como autónomo porque sabes que no vas a durar mucho allí y que los quinientos euros que ganes no los va a investigar hacienda y a ti, en cambio, te viene bien para malvivir otro mes. 

No sé si es un texto necesario o no porque parece que todos sabemos como están las cosas, pero luego me viene a la cabeza un párrafo del libro que habla del mileurista y de que la autora no vio nunca tres ceros en su nómina. En la mía tampoco hay tantos ceros, ni ahora ni hace años cuando no había crisis y, sin embargo, los que acuñaron el término se referían al mileurista para hablar de un sueldo menor. ¿Menor mil euros? Quien los pillara. Entonces igual no somos tan conscientes de lo que está pasando, ¿no?

martes, 6 de agosto de 2013

El alma de Gardel - Mario Levrero

Al final pasó lo inevitable. En vista de que ni Random ni ningún otro grupo editorial en España quiere recuperar la figura de culto que es el autor uruguayo, no me quedó más remedio que hacerme con una serie de títulos vía Internet. Random Argentina, por contra, sigue reeditando la obra, las nouvelles más que los cuentos (acaban de sacar un nuevo título: Diario de un canalla). Así, me lancé a la búsqueda de librerías que distribuyeran los libros que me interesaban con un mínimo de seriedad. Me dacanté por Isadora Libros, una librería uruguaya que tenían todo lo que andaba buscando. En poco más de diez días un mensajero me traía un paquete con cuatro joyas levrerianas en perfecto estado. La primera que he leído es este Alma de Gardel.

Escrito el mismo año que El discurso vacío, 1996, con este libro Levrero se posiciona justo en el centro de lo que fueron sus dos tendencias más visibles a la hora de componer. Una primera mucho más surrealista, kafkiana y expresionista donde el mundo onírico estaba muy presente. Esta primera etapa tiene como obra cumbre su llamada Trilogía involuntaria; y una segunda etapa que se inaugura, precisamente con El discurso vacío, donde el narrador pasa a ser un yo que, podríamos decir, es el propio Levrero. Una narrativa casi autobiográfica que culmina con su mejor obra, La novela luminosa. Así pues, y a falta de leer algunos libros de entre estas dos épocas (algún día será posible, espero), El alma de Gardel sirve de nexo entre ambos ámbitos literarios.

En El alma de Gardel ya nos encontramos a ese yo trasunto del escritor uruguayo escribiendo pequeñas notas, apuntes de lo que podría ser algo mayor. Basado en la memoria, estas notas se dinamitan a raíz de que el narrador se lleve prestado un paraguas de la biblioteca en una tarde de lluvia. Comienza así a rememorar otros tiempos, o a intentarlo. Sabe que por algún rincón de la casa guarda una colección de paraguas, y cree que había uno rojo, pero no logra recordar a quién pertenecía. El narrador vuelve en varias ocasiones sobre sus pasos y nos narra en las breves notas el trayecto que hizo desde la biblioteca con el paraguas hasta su casa, en un viaje en autobús, lo que le sirve de excusa para contar diferentes anécdotas de otros viajes en autobús, de la tipología de los asientos o de las diferentes formas de ligar con los pasajeros. Toda esta parte introspectiva entronca perfectamente con el dietario de La novela luminosa. Sin embargo, el mundo de los sueños y las presencias también se manifiestan en esta novela.

El narrador está en la biblioteca buscando información de Gardel. Allí se cruza con un hombre de aspecto extraño que le insiste para que deje en paz a Gardel, para que deje de estudiarlo puesto que, si no lo olvidan, su alma no podrá descansar. En diferentes sueños y vigilias que el narrador siente como reales, se le aparecerá el mismísimo alma de Gardel, bien como un ente, bien ante una fotografía, o escondido en el cuerpo de una mujer. Y la culpa de todo es de ese señor de la biblioteca, por lo que comenzará una cruzada para acabar con él. Esta parte del libro recuerda por ese tono desenfadado y absurdo a Nick Carter o a La banda del ciempiés.

Una nouvelle deliciosa que se queda corta y que termina de manera un tanto abrupta. Levrero en estado puro.



jueves, 1 de agosto de 2013

Dios nunca reza - Patxi Irurzun

Ya he dicho en más de una ocasión que disfruto de los dietarios de los escritores, supongo que por la parte de voyeur que tenemos todos más o menos desarrollada, de un lado, y la manera en que pasan de lo particular de su día a día a lo universal de la condición del ser humano, por otro. Cheever, Kafka, Julio Ramón Ribeyro; pero también autores más desconocidos como Iñaki Uriarte o Juan Gracia Armendáriz. 

Tras el buen sabor de boca que me dejaron sus cuentos, La tristeza de las tiendas de pelucas, y sabiendo que tenía publicado un diario, decidí continuar por ahí con la obra de este autor navarro.

Irurzun apunta en las diferentes entradas de su diario los acontecimientos que le ocurren durante el verano del 2008. El cambio de residencia a Sarrigurren, ciudad dormitorio próxima a Pamplona donde solo hay casas y muy poca vida; el nacimiento de un miembro más de la familia, June, una hermana para el pequeño Urko que, en ocasiones, se siente ya un príncipe destronado; el trabajo que le asquea y le quita tiempo para escribir; la presión por parte de su mujer, Malen,  para que pida un aumento de sueldo ahora que la familia va a crecer; alguna pequeña alegría relacionada con un libro en homenaje a Bukowski, del que fue el encargado de la edición; etcétera.

Se da una cosa curiosa con los diarios ya que, aparte de la sensación de estar espiando una vida ajena, al mismo tiempo se produce una empatía con el autor. Cómo no sentirse extraño y enrabietado con ese sistema, con ese monstruo como lo llama Patxi, que nos controla y del que formamos parte, casi sin querer. La voluntad de hacer el mal no es nuestra, es del sistema mucho más fuerte y superior que nosotros, pobres humanos. Cómo no sentirse aprisionado en un trabajo que no te llena, que no te hace feliz, pero que te sirve para malvivir, cuando en realidad lo que querías eras estar haciendo otras cosas que hicieran que tu vida valiera la pena.

Sin levantar la voz, sin berrinches, Patxi Irurzun pone las cartas sobre las mesas desde la subjetividad personal pero trascendiendo el yo. Estoy deseando leer ya Atrapados en el paraíso, sobre su experiencia en el mayor vertedero de Manila.