Últimamente me ha dado por leer a autores del yo donde el narrador no es solo el protagonista; además es el propio escritor. Diarios, narrativa de viajes, o misceláneas donde se narra algo relacionado directamente con el escritor que necesita deshacerse de esos fantasmas interiores dejando constancia por escrito de las miserias de la vida laboral, como es el caso de Yo, precario, de Javier López Menacho; o Los versos del hambre, de Sara M. Bernard. En otras ocasiones, son los dietarios los que plasman el tedio del día a día y del poco glamour que tiene ser escritor: Dios nunca reza, de Patxi Irurzun, o el reciente descubrimiento de los diarios de Miguel Sánchez-Ostiz, especialmente de La casa del rojo y Liquidación por derribo que comentaré en el futuro. Por último, en algunos casos, es la pérdida de un ser querido lo que te impulsa a emborronar folios, a buscar alguna respuesta, en cierto modo. Es el caso de Luz de noviembre, por la tarde de Eduardo Laporte, que estuve releyendo hace unos días; la mítica Mortal y rosa, de Umbral, que reseñaré en otra ocasión; o la más reciente, La hora violeta, de Sergio del Molino.
Tiene esta novela la misma premisa que la de Umbral, intentar lograr entender una situación que por la ley de la naturaleza no se debe producir nunca: la muerte de un hijo antes que la del padre. Pero donde en el libro de Umbral la prosa es poética y abigarrada, en La hora violeta es mucho más llana, más pegada a la tierra., más desnuda. Umbral habla del paso del tiempo en su persona y solo va dejando pinceladas sobre la enfermedad de su hijo; no es hasta el último tercio donde se vuelca de manera definitiva con el hijo, aunque ese hijo es Umbral y se vuelve todo más oscuro. Sergio del Molino, por su parte, se presenta de manera mucho más clara y concisa. Narra los últimos meses de vida de Pablo, desde que se le descubre la leucemia hasta que muere pocos meses después sin llegar a cumplir dos años de edad. Gran parte del espacio se centra en el hospital, tanto en Zaragoza como en Barcelona, donde es trasladado para un trasplante de médula. Las enfermeras, las doctoras, las medicinas, los otros niños y padres, un mundo que me es ligeramente conocido ya que mi pareja es pediatra.
Novela dura, supongo que no apta para todos los públicos, que va mucho más allá de lo narrado.
Tiene esta novela la misma premisa que la de Umbral, intentar lograr entender una situación que por la ley de la naturaleza no se debe producir nunca: la muerte de un hijo antes que la del padre. Pero donde en el libro de Umbral la prosa es poética y abigarrada, en La hora violeta es mucho más llana, más pegada a la tierra., más desnuda. Umbral habla del paso del tiempo en su persona y solo va dejando pinceladas sobre la enfermedad de su hijo; no es hasta el último tercio donde se vuelca de manera definitiva con el hijo, aunque ese hijo es Umbral y se vuelve todo más oscuro. Sergio del Molino, por su parte, se presenta de manera mucho más clara y concisa. Narra los últimos meses de vida de Pablo, desde que se le descubre la leucemia hasta que muere pocos meses después sin llegar a cumplir dos años de edad. Gran parte del espacio se centra en el hospital, tanto en Zaragoza como en Barcelona, donde es trasladado para un trasplante de médula. Las enfermeras, las doctoras, las medicinas, los otros niños y padres, un mundo que me es ligeramente conocido ya que mi pareja es pediatra.
Novela dura, supongo que no apta para todos los públicos, que va mucho más allá de lo narrado.
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