lunes, 25 de junio de 2012

Manual de Saint-Germain-des-Prés - Boris Vian

Este manual surge a petición de un editor que le encarga la tarea de crear una guía turística del barrio de Saint-Germain-des-Prés a Boris Vian. El multifacético autor francés, en lugar de crear un manual al uso, se desmarca con este libro, una guía para novatos y pardillos donde explica que es lo qué se cuece en tan distinguido barrio.

Aparte de algún que otro dato histórico sobre las calles, lo que realmente interesa es qué ha llevado a este barrio a ser centro intelectual y cultural y por qué personalidades tan destacadas como Jean-Paul Sartre, Simone de Beauvoir, Albert Camus, Giacometti, Juliette Gréco, o el propio Boris Vian, deciden pasar la noche en sus bares y sus cuevas. Estas últimas son antros llenos de humo y humedad donde se bebe y se escucha/baila jazz. En el más famosos, Le Tabou, tocó Charlie Parker o Miles Davis.

 Esta es la primera razón por la que hay que leer este libro: porque da una muestra de la realidad germanopratina de los años cincuenta del siglo pasado. De la mano de Boris Vian, en ocasiones nos sentimos como unos invitados de excepción a una de las múltiples fiestas que allí se celebraban. Y esta es una segunda razón para leer el libro: el estilo de Vian.

El escritor francés nos narra con mucha mordacidad e ironía la idiosincracia del barrio; desde sus habitantes (que el separa en cinco categorías), pasando por sus personajes (que describe en un gran listado dando pequeñas pinceladas llenas de humor de cada uno, componiendo un retrato robot muy acertado), hasta los bares a los que debes ir y los cócteles que puedes tomar en cada uno de esos sitios. 

Por último, Boris Vian no deja pasar la oportunidad de meterse, en defensa propia (y ajena), con los "gacetilleros", como el llama a ciertos periodistas, ya que aprovecharon la fama del barrio para meterse con sus cuevas y sus asiduos parroquianos.

El libro, qué decir, es una delicia. Consigue que tengas nostalgía de un tiempo y un lugar en el que ni siquiera has estado.

sábado, 23 de junio de 2012

El hombre que gritó la Tierra es plana - Roberto de Paz

En esta la primera novela de Roberto de Paz veo, como en casi todas las primeras novelas de escritores noveles, la ambición de contar cuanto más mejor, de abarcar, a ser posible, un todo literario. No sé si Roberto de Paz lo logra en este debut literario, pero al menos sí se queda muy cerca.

Creo vislumbrar dos partes muy diferenciadas; una primera parte que abarca prácticamente las tres primeras partes de la novela. Allí, se nos va contando de manera intercalada en el marco espacio-tiempo, diferentes apuntes de Matt y la relación con su padre en Nueva York; de su venida a Madrid; de su relación con su esposa Sara; y la búsqueda de una serie de respuestas con respecto a su familia.

Esto nos conduce a la segunda parte, centrada en el padre de Matt: una especie de revolucionario dispuesto a cambiar el mundo cueste lo que cueste. Él es el verdadero protagonista de esta novela, al menos en esta parte.

El estilo me ha recordado en muchos aspectos a las obras de Paul Auster, en esas idas y venidas de los personajes, en la historia de uno que conduce a la historia del otro, en las casualidades como motor o detonante de la narración en algún punto de la misma. Pero también me recuerda al escritor japonés Haruki Murakami, al menos en la manera de tratar la soledad de Matt frente al mundo y, lo que me pasa a mi cada vez que leo a este autor: que a pesar de que casi nunca me creo del todo lo que me está contando, disfruto con su lectura. Con El hombre que gritó la Tierra es plana me ha sucedido algo parecido. Durante sus páginas he bordeado la inverosimilitud en varias ocasiones pero, lejos de disgustarme, continuaba con la lectura de manera placentera.

Por último, el estilo tiene algo del Palahniuk más comedido y, tematicamente tiene ciertas similitudes con una de sus obras (que no desvelaré).

Como ya he comentado, una primera novela muy ambiciosa en la que se vislumbra a un escritor con pulso  narrativo firme y a un gran fabulador.

jueves, 21 de junio de 2012

Cazadores - Marcelo Llillo

Iba con mucha precaución a la hora de leer este libro. Llevaba un par de años o quizás más oyendo hablar de los cuentos de Marcelo Llillo. Primero de El fumador y otros relatos, y luego de este, Cazadores, que en realidad es la suma del primer libro más el segundo, Gente que baila sola (inédito en España). De este último libro, no me pregunten por qué, se han eliminado cuatro cuentos que sí aparecen en la versión chilena. Cosas de la edición y que nunca entenderé.

A lo que iba, tantos elogios y ninguna crítica negativa me invitaba a ir con pies de plomo (a la vez que tenía ganas de leerlo). Y lo cierto es que el resultado es espectacular, un libro a tener muy en cuenta para todo amante del género, especialmente del realismo sucio de Carver y de la teoría del iceberg de Hemingway.

Los cuentos de Lillo son duros, secos, violentos como puñetazos directos, no al estómago, si no a lo más profundo de nuestro ser. Su estilo lacónico es sobrecogedor y pesimista. Los personajes parecen no esperar nada de la vida, todos pululan por ella arrastrando su mal cotidiano, su rutina, su pequeña falla arquitectónica a punto del terremoto. En sus silencios se repira una tensión que desasosiega. Son, pues, diecinuevo cuentos que giran en su mayoría en torno a la familia y a la pareja salvo honrosas excepciones, como Noche de reyezuelos, el relato más largo del libro y que cuenta el viaje iniciático de tres chicos que van de duros por la vida, pero que les espera una desagradable sorpresa en su devenir nocturno.

En un conjunto tan compacto es difícil resaltar algún ralato en particular, pero podríamos citar Hielo, Felicidad, Apaga la luz o ¿Hasta cuándo crees que voy a amarte? En este caso, es más fácil señalar algún relato que, si bien no es fallido, chirría en contraposición con el resto. Este cuento es el que lleva por título Los pobres no pueden esperar, donde la historia que se cuenta no me acaba de parecer verosímil casi nunca.

Aun y todo, los diecinueve cuentos aceptan más de una relectura, es decir, lo que se le pide a un buen libro.

lunes, 18 de junio de 2012

Luz de noviembre, por la tarde - Eduardo Laporte

Escribir salva, decía una profesora que tenía en un taller literario. Este era, según ella, el tema de gran parte de la mejor literatura  universal. El buen soldado, Retrato del artista adolescente, o El guardián entre el centeno llevan la etiqueta de este tema sobre sus lomos.

Escribir salva; al protagonista, se entiende. Pero también, en muchos sentidos, al escritor. De esta premisa parte el autor de Luz de noviembre, por la tarde, Eduardo Laporte, escritor y protagonista de esta (no) ficción.

Eduardo perdió a sus padres en apenas diez meses por sendos tumores cancerígenos. Con ventiún años se vio privado de madre y de padre. Y quiere saber por qué. Cada vez que sufrimos una pérdida una de las primeras preguntas que nos hacemos es por qué: ¿por qué le ha tocado a él/ella? Pero también, ¿por qué me toca sufrirlo a mí?

Laporte se plantea estas preguntas a lo largo de cinco años, que es cuando empieza a escribir este libro. Sus padres murieron en el 2000. El libro data de 2005 (aunque su primera publicación es de 2011). Esa distancia es necesaria para escribir, no solo con el dolor de un hijo, si no con la pluma de un escritor. De otra manera puede que hubiera quedado muy melodramático el discurso. Al coger distancia, aunque imagino que el ejercicio de reconstrucción de esos hechos debió ser devastador psicologicamente, el texto goza de una serenidad y aplomo que solo al ser conscientes de lo que nos está hablando caemos en la congoja.

Un libro que me ha recordado mucho, tanto por la temática como por la forma de abordarla, a Tiempo de vida, de Marcos Giralt Torrente. También este, al igual que aquel, tenía ciertos rasgos culturalistas.

miércoles, 13 de junio de 2012

Papel carbón - Fernando Iwasaki

Dos son los libros que componen este Papel Carbón: Tres noches de corbata, que data de 1987 y fue publicado en Lima; y A Troya, Helena, fechado en 1993 y publicado en Bilbao. Es decir, nos encontramos ante los dos primeros libros de cuentos del autor peruano (por ponerle una nacionalidad).

Lo primero que me viene a la cabeza cuando acabo el libro es preguntarme si es de Fernando Iwasaki. He leído casi todos los libros de cuentos de Iwasaki (en cualquier caso todos desde Ajuar funerario) y, salvo este, que es una colección magistral de microrrelatos de terror (nunca me cansaré de recomendarlo), los otros dos, Helarte de amar y España, aparta de mí estos premios, están escritos, fundamentalmente, con un sentido del humor muy fino y con constantes juegos de palabras. En esta colección no he tenido esa sensación. Esto no lo digo como algo negativo sino más bien al contrario: he descubierto a un autor que en sus inicios escribía sobre otros temas y con otro estilo. He descubierto a otro autor que se llama Fernando Iwasaki y que publicó en los años ochenta y noventa del siglo pasado.

El primer libro me ha recordado en muchos aspectos a aquellos libros que tuve que leer durante la carrera en literatura hispanoamericana I: a las Crónicas de Indias; a Bernal Díaz del Castillo, Hernán Cortés o, incluso, Bartolomé de las Casas. Pero también (claro) a las Tradiciones peruanas de Ricardo Palma. Así, Mar del sur, Mal negro es el Congo, o, de alguna manera, Taki Ongoy y El tiempo del mito, tienen ese aire colombino. De esta tanda de cuentos, me quedo con La otra batalla de Ayacucho, por su enorme emotividad y choque generacional; y Tres noches de corbata, por el terror in crescendo de un pobre niño atormentado por su aya.

En el otro volumen que contiene Papel Carbón, A Troya, Helena, sí es más sencillo rastrear los rasgos más característicos de la obra de Iwasaki: el cuidado lenguaje (esto también está contenido en Tres noches de corbata) en cuentos como en En los adentros del toro, donde se reproduce el habla andaluza, sevillana concretamente; el erotismo en Hawai, cinco y media o Erde; o el fino sentido del humor que comentaba antes en Arroz a la polaca o Un milagro informal, por no mencionar el desopilante Rock in the Andes.

En definitiva, una ocasión única para redescubrir a un gran autor y verle dar, veinticinco años después, sus primeros pasos en esto de la Literatura.

martes, 12 de junio de 2012

Sobre una tierra ardiente - Der Níster

Reconozco que antes de que en las redes sociales y en los medios de comunicación clásicos se hicieran eco de La familia Máshber, (novelón de más de ochocientas páginas que muy posiblemente me lea en el verano, tan propicio para este tipo de novelas) no había oído hablar de este autor. Esto cada vez me escandaliza menos. Cada vez son más las pequeñas editoriales que sacan de la manga a grandes autores que, o bien no han gozado de la distribución ni atención necesaria en nuestro país cuando se han editado, o bien directamente no estaban traducidos. Este es el caso de Der Nister, traducido directamente del Yiddish. Nister tuvo problemas por su condición de judio, no solo del lado alemán, si no también del soviético, donde fue arrestado y llevado al Gulag para su posterior fusilamiento. Finalmente este no llegaría ya que Nister murió antes debido a las duras condiciones a las que eran sometidos.

Sobre una tierra ardiente es un altavoz para todos aquellos que se quedaron sin voz durante la II Guerra Mundial.

Narrados desde un distanciamiento casi periodístico, Der Nister nos presenta detallada y morosamente a los protagonistas. Nos cuenta qué hacían con sus vidas (casi todos son personajes que pertecenen a la clase social intelectual del pueblo judío) antes de que ocurriera la catástrofa. En un momento de la narración, esta da un giro; la tierra es ocupada y comienza el horror. La suerte final de sus protagonistas es siempre la misma, aunque esta se lleva a cabo de diferentes maneras. Si no fuera por la maestría de Der Nister narrando, estos cuentos serían un puñado más a añadir a la larga lista de novelas, cuentos, películas, documentales y cualquier material que se les ocurra sobre el Holocausto. Y, sin embargo, ahí están, dispuestos a quedarse en el imaginario colectivo para todo aquel que se acerque a estos cuentos.

lunes, 11 de junio de 2012

El joven vendedor y el estilo de vida fluido - Fernando San Basilio

El protagonista de Mi gran novela sobre La Vaguada, la anterior novela de San Basilio, giraba en torno a un personaje que quería crear una novela centrada en La Vaguada. Su plan era recrear en el centro comercial madrileño un microcosmos que reflejara el mundo. Esa novela es El joven vendedor y el estilo de vida fluido. Además, la novela se desarrolla en un día por lo que, acotando el tiempo gana en intensidad.

Israel es un joven dependiente de veinte años que ha hojeado, la noche anterior (ni siquiera lo ha leído entero), un libro de autoayuda, uno más de los cientos de miles que invaden las librerías a diario. Así, con frases sencillas y anodinas, pretenden hacernos creer que el mundo va a ir mejor para ti, que puedes tomar las riendas de la situación y reconducir tu vida. Y justo es eso lo que pretende Israel, ya que está harto de trabajar en un corner de un centro comercial para una marca de ropa de marca.

Todo esto como punto de partida, pues por las páginas enloquecidas de esta novela pasan unas vecinas del piso de Israel que solo quieren divertirse, el compañero de trabajo de Israel, una trabajadora de otra tienda y su jefe, o Nelson, un dominicano que está grabando un documental con su móvil.

Como ocurría con sus anteriores novelas, la mencionada Mi gan novela sobre La Vaguada, y su ópera prima, Curso de librería, la gran baza que juega este libro es su lenguaje ágil y llano, su sentido del humor cercano al surrealismo y su planteamiento de que la realidad es lo suficientemente extraña como para narrarla. Además, todos los personajes de sus anteriores novelas, al igual que Israel en esta, llevan a sus espaldas la carga de la existencia.

Es curioso, pero en principio, la novela me pareció más floja que las anteriores y, sin embargo, me la leí de un tirón y, según acabé de leerla, la volví a empezar.

jueves, 7 de junio de 2012

Stoner - John Williams

Llevo varios días preguntándome por qué un libro con un argumento tan aparentemente nimio como es el de un tipo gris (en apariencia) que, yendo para agricultor como su padre, tiene la oportunidad de estudiar en la facultad de agricultura (aunque finalmente se decanta por la literatura inglesa) y pasa el resto de sus días en la universidad; un tipo que pasa de puntillas por la vida, que por más dificultades que le ponen, en lugar de enfrentarse a ellas, rehuye a la lucha: a vivir un matrimonio que sea correspondido, al amor de su hija, a vivir una vida plena con su  amante, a los constantes pulsos que le presenta el jefe de departamento. Cómo, este libro, puede ser tan bueno.

Dos son los apuntes que me llevan a tomar esta decisión y ambos transitan en direcciones paralelas.

El primero de ellos es la aparente sencillez de su prosa. Con un lenguaje llano, en cuanto al estilo, pero muy profundo en cuanto al fondo, John Williams logra crear a una persona real a partir de la escasa acción que plantea el libro. Porque Stoner, ténganlo claro, es una persona, no un personaje. Y no me refiero a los posibles rasgos autobiográficos, que todo apunta a que los tiene, de la novela. Me refiero a aquello que Forster denominó personaje redondo, solo que creo que Stoner va un paso más allá y debería crearse un nuevo concepto de personaje: el personaje pleno, que conllevaría un  pequeño matiz con respecto al redondo.

El segundo apunte está centrado en la literatura. Leí en algún libro de Vila-Matas (no sé si se trata de una frase suya, una cita de otro autor, o bien una cita de otro autor pasado por el tamiz vilamatiano que tanto le gusta) que: "precisamente porque la literatura te permite comprender la vida, te deja fuera de ella". Y así es Stoner. En las primeras páginas del libro, tiene su particular epifanía con las letras cuando en una clase con el profesor Sloane este recita un soneto de Shakespeare. Entonces, "Stoner se dio cuenta de que por unos instantes había estado conteniendo el aliento. Lo expulsó suavemente, siendo entonces consciente de la ropa moviéndosele sobre el cuerpo mientras el aliento le salía de los pulmones. (...) La luz se penetraba por las ventanas y se posaba sobre los rostros de sus compañeros de manera que la iluminación parecía venir de dentro de ellos mismos para salir hacia la oscuridad; un alumno pestañeó y una sombra delgada cayó sobre una mejilla cuya parte inferior había recogido la luz del sol". Stoner ha quedado atrapado durante el resto de sus días bajo las garras de la Literatura. Todo lo que le ocurre es "secundario", en el sentido de que todas las desgracias a las que se va sobreponiendo no dependen de él: sabe que si algo tiene que ocurrir, va a ocurrir, y por ello es inútil dedicarle más tiempo del necesario a asuntos triviales como es la vida si la Literatura está presente. Esta idea se ejemplifica muy bien en otro pasaje del libro: "Si solo es un tumor, benigno, como dice ¿daría igual retrasarlo un par de semanas? (...) Y si es tan malo como piensa... ¿daría igual retrasarlo en ese caso un par de semanas?"

Ahora quizás se entienda mejor por qué al principio de la reseña dije que Stoner era, en apariencia, un tipo gris. Más bien al contrario, me parece un tipo brillante que ha descubierto el verdadero sentido de su vida: la Literatura. Y si para ello tiene que renunciar, aunque le pese, a otros aspectos de su vida, renuncia. A lo largo del libro comprobamos que Stoner solo se siente plenamente satisfecho cuando habla de literatura, cuando está estudiando literatura, o cuando está leyendo literatura. El resto de acontecimientos son circunstancias más o menos relevantes.

"Concibo la literatura como el arte de apresar algo de la palpitación del tiempo. Me conmueve saber que todo está condenado a desaparecer, a irse para no volver, y pienso que la literatura, al igual que las demás artes, nos brinda la gran oportunidad de salvar algo del desgaste, de dar al menos una pátina de permanencia a lo efímero, y así suspender, siquiera sea por breves instantes, la imposición de las horas con su dictadura de los relojes." Eloy Tizón