jueves, 29 de noviembre de 2012

Maus - Art Spiegelman

En la calle Salud, cerca de la Gran Vía y al lado de la Casa del Libro hay, o había, no lo sé porque hace tiempo que no paso por allí, una sucursal de la misma librería con ofertas especiales. Recuerdo haber visto una pila de Maus hace diez o doce años a 5´95 euros. Los estaban saldando. Hojee un ejemplar y estuve a punto de comprarlo, aunque finalmente lo descarté.

Con la aparición de Metamaus, el libro en el que se cuenta la construcción de Maus, le conté a una de mis compañeras que no tenía ni idea de novela gráfica (me gusta distinguir esta palabra de la de cómic, que la utilizo más para hablar de superhéroes, aunque es una distinción puramente personal). En otra librería en que trabajé, otra compañera me hizo un listado: Blankets, Píldoras azules, mucho de Paco Roca... y aunque conservo el papel aún no me había puesto a ello. Finalmente, la semana pasada mi compañera (actual) me prestó Maus.

Más allá de la historia, una biografía sobre el padre de Art Spiegelman, Vladek, judio polaco en medio de la II Guerra Mundial, esto es, Holocausto, hambre, vejaciones, brutalidad, miseria, etc., lo que más me ha llamado la atención es su narratividad y la metaliteratura, presente en toda la novela. En realidad el concepto es sencillo pero está bien tramado; cada capítulo comienza con el propio Art hablando con su padre, quiere que le cuente lo que vio y vivió aquellos años puesto que se está documentando para escribir una novela gráfica sobre ello. Así, tras retratarnos cómo es su padre a fecha de hoy (un tipo ávaro, maniático y perfeccionista, que muestra a la perfección el tópico de judío que preocupa a su hijo a la hora de contar la historia), nos adentramos en la Polonia ocupada primero y en los campos de exterminio después. En un momneto del libro, como si de Cervantes se tratara, en una vuelta de tuerca aparece, no ya un ratón (que es como representa Spiegelman a los judíos), sino un hombre (el propio Spiegelman) con una careta de ratón hablando de la primera parte de Maus, del éxito que ha tenido y del dinero que le ofrecen para llevar la obra al cine. Me parece sencillamnte genial.
Otro aspecto a destacar me parece el punto de vista del narrador. Spiegelman, no se centra tanto en la barbarie nazi, que también, como en las profundas secuelas psicológicas de los supervivientes y, más aún, de los que ni siquieran vivieron aquello, como el propio autor, que se siente culpable precisamente por no haber estado. El padre de Vladek, por su parte, vive en constante tensión y acumulando y guardando todo, ya sea comida o papeles por si acaso le hacen falta en algún momento.

En cuanto a las ilustraciones, Spiegelman utiliza una técnica expresionista que hace recordar a los grandes directores de los años veinte y treinta: Murnau, Robert Wiene o Fritzz Lang.

Supongo que esta novela es la típica para acercarte al mundo de las novelas gráficas. Conmigo, al menos, ha tenido su efecto.


martes, 27 de noviembre de 2012

Esto no es una pipa - Javier Gutiérrez

En este mismo blog, allá por el mes de abril, hablaba de la última novela de Javier Gutiérrez, Un buen chico, la cual me parecía de lo mejor que llevaba leído en el año. Esta apreciación la sigo manteniendo meses después y a punto de finiquitar el 2012, lo que tiene más mérito. En la pequeña nota comentaba una anécdota que me ocurrió con su anterior libro, que no es otro que este que paso a reseñar ahora.

Un hombre despierta en un hospital y no recuerda nada, tiene que construir su vida. Empezar de cero. Tratar de recordar. Poco a poco desgranando información, como en Un buen chico, descubrimos a tres personajes femeninos, un amigo, un accidente, una novela, un par de ciudades. ¿En qué orden? ¿Qué pasa primero? ¿Qué después? ¿Qué es real? ¿Qué forma parte de la ficción? Bueno, para eso está el lector. La escritura es cosa de dos, si un lector no tiene que participar activamente en la lectura esa obra, en gran parte, está condenada a desaparecer (o a convertirse en un best-seller, depende del caso).

Aparte de la continua ruptura espacio-tiempo, Javier Gutiérrez juega con el narrador. La primera persona, la voz íntima, se mezcla con la tercera aséptica, cinematográfica; aparece el narrador para decirnos que nos encontramos ante un cómic en blanco y negro, nos describe las viñetas; en un momento dado la segunda persona se apodera de la historia.

No está mal esto de leer a un autor de atrás hacia delante, es otra manera de ver la evolución que ha ido fraguándose como escritor. En este caso involución, en el sentido de que hay un salto de calidad entre esta obra y la última hasta la fecha. Bien es cierto que en esta novela ya se da la fragmentación como forma de construir la narración, el dar información con cuentagotas, aunque me parece más conseguido en Un buen chico. En cuanto pueda me acercaré a su ópera prima, Lección de vuelo.

viernes, 16 de noviembre de 2012

El diablo a todas horas - Donald Ray Pollock

Decía Chejov que si un clavo aparece al comienzo de un cuento, el protagonista tiene que acabar colgándose de él. Otras versiones afirman que si una pistola aparece al comienzo de un cuento, finalmente debe dispararse. Yo particularmente prefiero esta versión por ser más contundente; además lo de colgarse de un clavo no lo veo tan claro. En cualquier caso se refería a no utilizar elementos que no sean importantes. En este segundo libro de Pollock (primera novela), la sentencia chejoviana se da de manera literal: William Russell entrega a su hijo Arvin una Luger del ejército alemán de la II Guerra Mundial, de donde viene Russell algo tocado tras ver a un soldado crucificado y desollado vivo por los japoneses. Esta semiautomática se dispara en más de una ocasión a lo largo del libro. Pero también otras balas salen del tambor; las 38 milímetros del revólver de Carl Y Sandy, dos tarados que se dedican a recorrer las carreteras en busca de autoestopistas a quienes asesinar; o las del Sheriff Lee Bodecker, quien se saca un sobresueldo haciendo pequeños trabajos de "limpieza" para el matón de turno.

Igual de atormentados están Roy, predicador capaz de echarse por encima un bidón lleno de arañas en medio de la iglesia mientras pronuncia su discurso, o de creer que es capaz de resucitar a los muertos e intentar llevarlo a la práctica. En su viaje alucinatorio lo acompaña Theodore, paralítico homosexual y pedófilo medio enamorado de Roy. Otro personaje señalado por la marca del diablo es Preston Teagardin, también predicador, que se dedica a desvirgar y amaestrar a jóvenes para que, con solo chasquear los dedos, cumplan sus deseos sexuales más oscuros.

Pollock es capaz de hacer literatura con todos estos despojos humanos e, incluso, darle un tono de lirismo a la brutalidad más gratuita y despiadada. Si bien es cierto que en Knockemstiff  se apreciaba mayor belleza en la prosa (no en lo que te contaba que, por contra, era más brutal) la capacidad de impacto sigue siendo la misma. Cuando Pollock escribe parece que el diablo esté con él a todas horas.

martes, 13 de noviembre de 2012

Caza de conejos - Mario Levrero

Hay que leer a Mario Levrero. Todo lo que se pueda (que en España no es mucho). Si Libros del zorro rojo saca una edición ilustrada por Sonia Pulido y se desmarca con este libro-objeto, pues mejor que mejor. Que Random a través de su sello DeBolsillo saca tres novelas cortas (una de ellas ya editadas en Caballo de Troya, también de Random) pues también, qué se le va a hacer si han decidido sacarlo directamente en bolsillo. Pero el texto es el mismo. Entre nada y algo, mejor algo, ¿no? Aunque siempre es preferible hacer las cosas bien.

Dicho lo cual, y tras el tirón de orejas, Caza de conejos, un texto compuesto por cien microrrelatos en torno al título: la caza del conejo. El conejo, el guardabosques, el castillo, los cazadores, y el Idiota que monta la cacería se dan cita y juntos y revueltos conviven, malviven, se confunden entre ellos, se juega a los espejos, se dinamita la realidad y se vuelve al origen pero ya todo está trastocado. Así es Mario Levrero.

Aunque en este libro aparece otro Mario Levrero mucho más paródico es fácil distinguir su sello, su naturalidad para el absurdo, para desenmascarar la realidad (a veces tan falsa), su tono erótico en alguno de los micros, su obsesión (como esa, verdadera, por leer todas las novelas policiacas por muy malas que fueran y que nos cuenta en La novela luminosa).

Los conejos, ¿qué querrán decir? Seguro que es una metáfora. Sí, pero, ¿de qué? Levrero sabía que esta pregunta se la harían muchos críticos y muchos lectores así que él da la respuesta en el microrrelato LXVII: comienza a enumerar una serie de posibles alegorías todas ellas válidas, o no, para acabar con un "etcétera". Para decir a ese crítico que busca desencriptar la leve oscuridad que se desprende de los textos de Levrero: "es inútil, no trates de buscar una verdad, porque no la hay. Esto es literatura, no un problema matemático donde se despeja la X".

Las ilustraciones, donde predomina el rojo, marrón y negro, se empastan a la perfección con el texto, juega de ese mundo real-irreal, a veces onírico, a veces sencillamente surrealista del uruguayo.


lunes, 12 de noviembre de 2012

Mi padre es mujer de la limpieza - Saphia Azzeddine

Paul, aunque todos le llaman Polo, tiene 14 años y vive junto con su madre, su hermana y su padre en un suburbio de Paris rodeado de inmigrantes. Ellos son franceses pero pasan los mismos apuros, o más, que cualquier inmigrante venido, en su mayoría del norte de África. La única fuente de ingresos que tienen es el trabajo de su padre, que se dedica a la limpieza de edificios, ya sean bibliotecas, discotecas o casas particulares. Polo suele ayudar a su padre siempre que puede, y el padre agradece que le acompañe, no ya por la ayuda que pueda ofrecer, sino por la compañía, por estar juntos padre e hijo y hablar.

Este es uno de los puntos fuertes de la novela, la relación paternofilial que se da entre ambos. Por un lado, como ya he comentado, el padre quiere pasar el mayor tiempo posible con su hijo (ha renegado de su hija desde que se quedó embarazada y abortó); del otro lado, Polo siente, como cualquier chaval adolescente, una relación de amor odio hacia su padre. No le perdona que sea mujer de la limpieza y se avergüenza de ello, sin embargo quiere a su padre por encima de todas las cosas. Se produce una dicotomía entre las ganas de emanciparse de los lazos familiares y la seguridad y protección que le ofrece su padre.

Contada en primera persona por Polo, la voz del chico es particularmente cómica e incisiva, libre de cualquier tipo de prejuicio. Utiliza un lenguaje y una lucidez impropia de un joven de su edad. Construída con frases cortas y directas, nos encontramos ante una novela muy divertida y envolvente que, bajo una aparente ligereza, se esconde una profunda crítica social a los estamentos establecidos, centrado en la sociedad francesa pero extrapolable a otros territorios.

viernes, 9 de noviembre de 2012

Bullet Park - John Cheever

En lo que va de este mes de noviembre he logrado acabar un par de novelas y dejar otras dos a la mitad. Ninguna de ellas me han parecido buenas. De una de las acabadas esperaba grandes cosas. Un autor que me había fascinado con su particular voz en sus anteriores libros no he conseguido distinguirle a través de las páginas de este último. De los cuatro libros ha sido, con diferencia, el mejor, pero aún y todo me decepcionó bastante. Quizás por las espectativas. Necesitaba leer un valor seguro. Algo que me reconciliara con la literatura. Leer autores contemporáneos tiene estos riesgos, no leer siempre cosas de primera calidad, pero a cambio compensa y mucho descubrir un nuevo autor, seguirle la pista y verle "triunfar". Pero tú sabes que fuistes uno de los primeros en leerle. Al hilo de esto, creo que algo así pasará con Sara Mesa con motivo del finalista del Herralde. A la gente le gustará el libro, seguro, y luego querrá leer otros libros de la autora. Y yo pensaré que hace años me leí un libro titulado No es fácil ser verde, un libro editado en la colección juvenil de Everest y que descubrí, al César lo que es del César, gracias a las estupendas entrevistas que hacía el escritor Miguel Ángel Muñoz en su blog El síndrome Chéjov y que posteriormente editó Páginas de Espuma. 

Todo este meandro para comentar que he tenido que recurrir a John Cheever para congraciarme de nuevo con la literatura. Si bien es cierto que Cheever es mejor cuentista que novelista, las novelas tampoco desmerecen.

Bullet Park es la residencia de la típica clase media americana, donde la familia Nailles vive su American dream: casita con jardín; un matrimonio medio feliz y sin infidelidades de por medio (más por las circunstancias que por falta de ganas, sobre todo de ella); un trabajo con el que mantiene a la familia (él); y un hijo que no es ni brillante ni torpe, medianero. Un buen día el chico coge una depresión y decide no salir de la cama en un par de meses. La estabilidad soñada se tambalea. Obvio, estaba cogida con hilos. Así la primera parte. El Cheever de los cuentos.

En la segunda (aquí aparece otro Cheever), Hammer nos cuenta su historia. Antes, al principio del libro, se le ha nombrado de pasada: sabemos que ha llegado al barrio para instalarse y ha cruzado un par de frases con Nailles. 

Ahora es su momento en la narración. Nos cuenta su infancia de niño bastardo, su dificil y solitaria existencia, su tormentosa vida sobrellevada a base de alcohol y su obsesión por poseer una casa con una habitación de paredes amarillas donde pueda traducir. En vista de que no puede conseguir una paz espiritual, decide llevar a cabo un plan que planteaba su abuela: matar a un hombre.

La tercera parte el destino de estos dos hombres se cruza. El resto es lectura del libro.

Magistral. Como siempre.