miércoles, 25 de junio de 2014

Qué fue de Sophie Wilder - Christopher R. Beha

Tras varios años sin verse, Charlie Blakeman se reencuentra con Sophie Wilder, una antigua novia de la universidad. Se conocieron en un taller literario y enseguida Charlie se percata de que Sophie es diferente: mucho más crítica, mucho más inteligente y mucho más dotada para la escritura que cualquiera de los alumnos del taller; no obstante ambos consiguen publicar un primer libro y, mientras que la novela de Charlie pasa casi desapercibida, el libro de relatos de Sophie cosecha buenas críticas y un número estimable de lectores. Su relación se basa en largos paseos, casi como dos flâneurs, conversando sobre libros. De vez en cuando discuten y Charlie sabe que Sophie queda con otros chicos en esos intervalos. Ella no lo esconde y él lo acepta. En uno de sus últimos encontronazos, Sophie conoce a Tom, que le invita a pasar las festividades en su casa, junto con su tía Beth. Este hecho cambia la vida de Sophie. Se consolida la relación con Tom, acabarán casándose, y la católica tía Beth y su biblioteca personal hacen que Sophie se cuestione todo su pasado. Finalmente, abraza la fe católica.

Así pasan los años, contando en primera persona la vida de Charlie y en tercera la de Sophie, en un flashback constante. La vida de Sophie da un nuevo giro cuando aparece Bill Crane, padre de Tom y que ella creía muerto. Está gravemente enfermo y, ante el rechazo de su hijo, decide que ella misma se ocupará de él.

Tras el encuentro fortutio entre ambos, Charlie cree que es el momento de retomar la relación puesto que Sophie realmente es el amor de su vida. Pero Sophie desaparece de nuevo. 

Una vez más, el talento y el olfato de Luis Solano, el editor de Libros del Asteroide, y de sus colaboradores (imagino), nos pone sobre la pista de un autor novel, capaz de construír una novela con los temas recurrentes de la narrativa, dándoles un enfoque diferente y centrándose en el aspecto religioso, poco o nada trabajado en la narrativa contemporánea.

domingo, 22 de junio de 2014

El escritor en su paraíso - Ángel Esteban

El profesor universitario Ángel Esteban recoge en este ensayo la vida de treinta escritores que trabajaron en algún momento determinado como bibliotecarios. Poniendo siempre en relación al autor y a la biblioteca, el catedrático construye breves apuntes biográficos de una treintena de grandes escritores universales. 

Normalmente es el autor el que se beneficia del amplío catálogo de libros a su alcance. En no pocas ocasiones, con poco que catalogar y menos clientes a los que atender, el escritor pasa la mayoría de sus horas de funcionario sustrayendo de los anaqueles todo libro que le despierta su curiosidad o escribiendo parte de su obra. Así, el premio Nobel Vargas Llosa reconoce él mismo en el prólogo que gran parte de su obra ha sido compuesta en las diferentes bibliotecas de las ciudades donde ha vivido. Bien en el Club Nacional de Lima, donde trabajó como bibliotecario cuando estaba recién casado y necesitaba de varios empleos para subsistir, bien en la biblioteca pública de Nueva York, en la British Library de Londres, o en la Biblioteca Nacional de Madrid. Así como en sus bibliotecas particulares en su casa de Madrid, París, o en el ático en Lima. 

Otro ejemplo de amor por las bibliotecas lo tenemos en el argentino Jorge Luis Borges si bien es cierto que tras su primer día en la biblioteca Miguel Cané descubrirá que había idealizado ese trabajo. Borges se siente aislado, rodeado de compañeros semianalfabetos que no valoran estar rodeados de libros, de saber. Posteriormente fue nombrado director de La Biblioteca Nacional. Allí, cuando ya había perdido la vista, seguía recorriendo a diario las estanterías pasando las manos por los libros, como si los leyera al tacto; sabía en que balda se encontraba cada libro. Es curioso pero, al igual que Borges, los escritores José Mármol y Paul Groussac también ocuparon ese cargo y, también como el autor de El aleph, quedaron ciegos.

En ocasiones no solo el autor se aprovecha del edificio rodeado de libros, sino que es la mano del hombre la que hace que evolucione la institución. Así, por ejemplo, Perec creó un sistema de indexación llamado método Flambo en la biblioteca de un centro de investigaciones donde trabajó. Y no solo eso, sino que ese sistema fue utilizado durante años por otros laboratorios franceses. También el catalán Eugenio D´Ors puso sus ideas al servicio de las bibliotecas, impulsando el sistema de préstamos interbibliotecario y unos estudios acordes con la tarea que allí se tenía que desempeñar. Las ideas de D´Ors  son el germen de los estudios de Biblioteconomía y documentación. O Gloria Fuertes, que convirtió la biblioteca en la que trabajaba no solo en un lugar público donde prestar libros, sino en un espacio donde compartir, charlar e intercambiar opiniones. En definitiva, un lugar vivo.

Pero no siempre la relación del autor con las bibliotecas es de amor incondicional. Así, Robert Musil amante de los libros pero no de la burocracia que significaba trabajar en un sitio así, fue encadenando bajas por enfermedad para no tener que enfrentarse al papeleo diario. Caso aparte merece la labor de bibliotecario de Marcel Proust. El autor de En busca del tiempo perdido fue becario durante años de una biblioteca a la que apenas acudió unas semanas y solo para charlar con sus amigos.

Ensayo muy ameno e interesante para todo aquel que tenga curiosidad por saber cómo afrontan los grandes escritores aquellos trabajos que no están directamente relacionados con su obra.

martes, 17 de junio de 2014

Familia - Ba Jin

En lo que va de temporada literaria, es la editorial Libros del asteroide la que está publicando libros más interesantes; a mi juicio, claro. Esto no deja de ser un blog totalmente subjetivo donde no pretendo otra cosa que hablar, poco y mal casi siempre, de aquellos libros que leo y me merecen un mínimo de atención.

El último que ha caído en mis manos de la editorial que hace una de las portadas más llamativas de todo el panorama literario español, es este clásico de la literatura china, Familia, de Ba Jin, relato de cierto carácter autobiográfico ambientado en la China convulsa de 1919 y 1920.

El tratado de Versalles que ponía fin a la I Guerra Mundial perjudicó a una débil China, perteneciente al bando vencedor, en favor de Japón, mayor potencia que la del Imperio del sol naciente. Si ya de por sí las relaciones chino-japoneses no eran buenas, este reparto trajo consigo un fuerte rechazo a todo lo japonés. Miles de estudiantes se manifestaron en la plaza de Tiananmen. Los altercados se saldaron con numerosos detenidos. Además, paralelamente, se estaba produciendo en China  un cambio profundo de su propia idiosincracia. Los ciudadanos más jóvenes querían abrirse al mundo y ponían en tela de juicio tradiciones ancestrales como el casamiento de conveniencia, o que las mujeres debieran llevar el pelo largo y el espeluznante vendaje de pies al que eran sometidas desde muy pequeñas.

Este enfrentamiento entre lo clásico y la ruptura hacia el modernismo se ve reflejado en la familia Gao, sobre todo en el abuelo y patriarca, y el tercero de los hermanos Gao, Juehui. Cuatro generaciones conviven en una misma casa, cuatro generaciones de una misma familia acomodada que sigue fiel a las tradiciones o, al menos, si no está de acuerdo con la continuidad, se mantiene al margen y callado, acatando unas órdenes en las que no cree aún a costa de perjudicarle seriamente en su vida. Así, será Juehui el que encarne ese espíritu del cuatro de mayo de 1919, aunque incluso él, se verá en alguna ocasión paralizado.

Familia, a pesar de ser una gran novela de corte clásico, peca en algunos aspectos de novela de tesis, dejando a algún personaje algo desdibujado y forzando el argumento para dejar clara su postura. No obstante, es cuando Ba Jin se libera de las ideas, cuando aparece el gran narrador capaz de dar cuenta del primer tercio del siglo XX chino a través de una familia.