martes, 28 de agosto de 2012

Lisboa - Javier Morales Ortiz

Tiene este libro cinco relatos que beben de la fuente de Carver. Pero en esta ocasión lo digo como algo negativo. Carver fue único e irrepetible (o Gordon Lish, quién sabe). El caso es que en sus cuentos aparentemente nimios, palpitaban con fuerza las constantes vitales del ser humano; sus miserias y su profundo vacío. En estos cuentos de Javier Morales me cuesta ver más allá de la nada que se cuenta.

Es cierto que perfila bien a los personajes, pero deambulan sin rumbo por las páginas sin que tengas la sensación de que la tormenta va a llegar tras la calma. Aunque sea después del relato. Al acabar de leer cada cuento sientes que el personaje se ha muerto. Y esa es una de las peores sensaciones a la hora de leer: no sentir al personaje vivo. Es curioso que si acabo de decir que construye bien a los personajes, cómo es posible que dos líneas después me contradiga argumentando que los personajes mueren con el final de la lectura. Bueno, porque les falta alma. Hace falta un paso más para que se materialicen y se personifiquen. No basta con armarlos, hay que hacerlos andar. Y ese es el principal fallo de estos cuentos.

Además, los cinco cuentos giran en torno a lo mismo, sin apenas variantes: relaciones que se truncan, dejarse llevar, ser infiel. Los personajes protagonistas parecen cortados por el mismo patrón, son muy parecidos entre si.

Y después de lo dicho, resulta que los cuentos no son para nada malos, más bien al contrario, solo que apuntar a Carver es complicado. La caída se nota más. Como dice Vila-Matas: "el escritor, como el artillero, debe apuntar alto porque sabe que la física le hará siempre quedarse corto". Pero luego apostilla: "pero cuidado: si uno apunta demasiado alto, el obús puede caerle a los pies".

jueves, 23 de agosto de 2012

La contabilidad privada de Christie Malry - B.S. Johnson

De nuevo, un descubrimiento. Una "pequeña" obra, de poco más de doscientas páginas, iconoclasta con las reglas literarias, heredera del mejor humor británico, avalada por Samuel Beckett. Tres razones más que suficientes para leer la novela. Pero hay más.


Christie Malry es un joven que anhela tener dinero. Nada más. Esto le lleva a trabajar en un banco pero, al descubrir que no está ni por asomo cerca del dinero, cambia de trabajo: es contratado como contable en una empresa de pastelería. Este nuevo empleo tampoco le proporciona la cercanía al capital, pero descubre la contabilidad por partida doble, el debe y el haber. Christie, asqueado con el mundo que le rodea, sintiéndose víctima del sistema, de la gran masa que son Ellos (todos, cualquiera menos él), decide poner en práctica este método en su vida cotidiana. Así, si se siente agraviado por algún motivo, lo apunta en su cuenta del debe y, al cobrarse la revancha, pasa al haber. Lo que empieza como algo tímido en su cuenta del haber poco a poco va aumentando en su búsqueda del equilibrio hasta desembocar en algo totalmente desbordante y surrealista.

El argumento del libro es bueno y quizás valdría para una novela, pero lo verdaderamente interesante, como casi siempre ocurre en la Literatura, es cómo está contado. B.S. Johnson juega con el lector, interactúa con él y con sus personajes. Constantemente nos saca de la narración, aquí el narrador no es un personaje, es el autor porque Johnson está escribiendo una historia, y esto tiene que quedar claro: "CHRISTIE: No había más tiempo. Estamos en una novela muy corta" (pág. 48). Y un poco más adelante: "Debería hacerse ahora un intento de caracterizar la apariencia de Christie. Si en efecto lo hago es tímidamente, en el conocimiento de que en una novela las descripciones físicas rara vez sirven de algo." (pág. 59).

En otro momento del libro, el autor, al más puro estilo unamuniano habla con su creación: "-Christie -le previne-. Me parece que esta novela no se puede extender mucho más. Lo siento." (pág. 183). Y así podría continuar con más ejemplos.

La comparación que se ha hecho de esta novela con el Tristam Shandy me parece obvia, pero no por ello no merecida, la novela de Sterne es una obra maestra y un monumento a la inteligencia. Esta de B.S. Johnson, no se queda atrás.

martes, 21 de agosto de 2012

Crónicas de lo imposible - Lur Sotuela

Esto de "obligarte" (no leo por obliación desde que acabé la facultad) a leer todos los libros presentados a los Premios Setenil de este año trae consigo una serie de sorpresas y decepciones. Este libro de Lur Sotuela pertenece al primer grupo. Ha sido el primer gran descubrimiento en esta ingente tarea.

Construído con una prosa envolvente rayana en algunos casos a la poesía y con una gran cantidad de metáforas, los relatos que componen Crónicas de lo imposible, relatos breves o muy breves casi es su totalidad, suelen tener un trasfondo filosófico detrás; La invención del tiempo, La peculiar historia del Señor Sumers o En tránsito, reflexionan sobre el paso del tiempo, el miedo a la vida y la vida como viaje, no como destino final.

Además, Lur Sotuela hace partícipe al lector en sus relatos, no nos lo da todo mascado, algo de lo que adolecen algunos de los cuentistas que estoy leyendo últimamente. En este sentido, el cuento titulado El lector, sobre un tipo que vive encerrado en una biblioteca porque quiere saber más y más, se nos dice: "Cada día mi realidad se transforma por el hermoso encantamiento de la palabra. Cada día soy un ser diferente, un hombre distinto que reconoce su condición de extranjero (...) pero la lectura no es diversión, es entrever el conocimiento, compartir la sabiduría con el que alguna vez lo escribió, entender sus razones, sus obsesiones, observar la urdimbre de la literatura, de la historia, de la creación humana en su más profunda expresión, y después descubrir en ti ese majestuoso abanico de posibilidades, concebir conscientemente los senderos que rigen en esa infinita lluvia, y entender un poco más la idea de existir". (pág. 57). Si un escitro escribe esto, no puede por menos que respetar al lector. Y Sotuela lo hace.

Otros cuentos, como puede ser Leoncio, un gran gato que pertenece a una mujer mayor, o Las dos manos, sobre las atrocidades de la guerra, tienen un cierto aroma a clásico de terror, a Poe y a Maupassant. La bañera, también tiene ese estilo de cuento rápido, de unas pocas pinceladas cargadas de terror psicológico.

Otros cuentos a destacar podrían ser Dos hombres y un espejo donde, a través del recurso del Doppelgänger, se plantean cuestiones sobre el Yo; Cristóbla Peces, un cuento que sigue la línea del realismo mágico; o Finis Terrae y Gerard Bertoll, creador de sombras, dos cuentos que discurren en paralelo y que narran hasta qué punto es capaz de llegar el ser humano por perseguir sus sueños, el ligero trazado que va desde la autosuperación y la autocrítica a la locura más desatada.


sábado, 18 de agosto de 2012

El susurro de los arbustos - César Romero

Dieciséis son las piezas de las que se compone este libro. La mayoría versan sobre la soledad, las relaciones de parejas o personajes perturbados, asesinos concretamente. Centrémonos primero en estos últimos.

Hay dos cuentos de sendos asesinos, ambos en tercera persona. Estos son: Geometría del agua y El susurro de los arbustos. Ambos textos se construyen en un tono frío, calculador. Especialmente perturbador me parece el segundo cuento mencionado, donde se nos da cuenta de un asesinato y la manera de llevarlo a cabo de modo casi cinematográfico.

Otros relatos, como El reloj de arena, Cosas deshabitadas, o Envases sin retorno tienen una fuerte carga emotiva, sin caer en la ñoñería.

El tercer gran bloque temático, las relaciones de pareja, se puede ver en La hora de las oblicuas tristezas o La hormiga que se va al albor. Las parejas en estos relatos están al borde de la ruptura, o no, debido a la monotonía.

También hay sitio para el humor más burlón, en realidad en la práctica totalidad de los cuentos hay algo de humor, como es el caso de Si amanece para Rocco.

En general, cuentos más que correctos.

jueves, 16 de agosto de 2012

El viajero inmóvil - Ramón Rodríguez Pérez

Tiene este libro de cuentos unos altibajos muy marcados. De los quince relatos que lo componen, algunos tienen calidad literaria y otros, sin embargo, se deshacen en la lectura. Entre estos últimos hay algún que otro cuento que no pasa de mera anécdota, de contar una historia, pero sin tener la sensación de haber leído un cuento. Así ocurre, por ejemplo, con  El estigma, un hombre al que le crece un pene en la cabeza. No deja de ser un chiste, no pasa a relato, amén de llevar una frase hecha a la práctica que, no por ser obvia, el autor nos explicita en la primera linea del relato: "Decían de Jacinto Peña que siempre tenía el sexo en la cabeza".

Otros relatos, como Zona cero, plantea los cambios que va a producirse en el mundo tras los atentados del once de septiembre y lo equipara con la situación de los vagabundos donde, el cambio es que en ellos no se va a producir cambio. Una comparación algo coja.

Estilísticamente también peca Rodríguez Pérez de metáforas trilladas tales como: "larga como un día sin pan" (pág. 48) o, "me dio hostias hasta en el carnet de identidad" (pág. 121). De repetición de palabras en la misma frase: "cuando vi arder los relatos perdedores del año anterior no pude dejar de pensar de nuevo en el relato leído el día anterior" (pág. 30); "pasados los diez primeros minutos sin que Jacinto hubiese pasado de los prolegómenos" (pág. 68). Y de cacofonías: "rezonga algo entre dientes y luego parece olvidar el incidente" (pág. 45).

Por contra, los primeros cuatro relatos sí que me han parecido buenos; en especial el que lleva por título El círculo esférico, que narra la posibilidad de que un cuento de Borges se presentara a un concurso de una localidad española. Este relato me parece el mejor con diferencia.

Otros aciertos son: el sarcástico Un artista realizado, sobre la "fama" de ganar un concurso literario de provincias; el que da título al libro, El viajero inmóvil, una parábola sobre la lectura; o la misiva de A un joven poeta, lleno de socarronería y mala baba contra el destinatario.

Un conjunto, pues, bastante irregular.



martes, 14 de agosto de 2012

Los pequeños placeres - Miguel Sanfeliu

Los pequeños placeres es un título engañoso. Pocos placeres hay en estos relatos, ni pequeños ni grandes. Los pequeños placeres son los que hay que disfrutar antes de llegar a lo que llegan estos personajes en sus relatos. Porque los cuentos de Sanfeliu nos narra la cara oculta de esos placeres. Lo que sucede después de la calma; de la monotonía; de la vida anodina.

Hay mucho terror en este libro. Terror cotidiano, que asusta bastante más que los fantasmas y los castillos embrujados. Como por ejemplo, la narración en forma de monólogo de un padre de un asesino, de un hijo que "siempre fue un buen chico", en Dolor.

También es aterrador el que unos padres hagan pasar a su hija por muerta antes que reconocer que se les está yendo de las manos su dura adolescencia. Así ocurre en La muerta.

O ese amor de la primera infancia, ese amor puro que guardas en la memoria con muy grato recuerdo. Ese es un pequeño placer. Pero eso no lo cuenta Sanfeliu; eso lo intuyes. Sanfeliu da un paso más y es cuando aparece el ex compañero de colegio y te dice que esa chica tan guapa, tan dulce, esa de la que te enamoraste tan platónicamente es prostituta. Y se la ha tirado. En este cuento, titulado La niña, hay un juego de contrastes entre el mundo infantil e inocente, y la edad adulta y la maldad muy interesante.

Terrorífico también es reencontrate con un compañero de clase ahora vagabundo y ver que su vida, tan parecida a la tuya, se ha desmoronado. Esto ocurre en Eutanasia.

En esta colección hay cabida para las parejas desechas, tanto las jóvenes, La cara de Marte; como las ancianas, Tanto tiempo, un relato también bastante desasosegante.

Por último, tienen cabida en este libro, la crítica a los medios de comunicación, Reality Show; el mundo de las apariencias, Vacaciones con Edi; la inseguridad, El semáforo; incluso los pequeños chistes, La foto; o los cuentos fallidos, Encuentro casual.

Ventiún relatos narrados con bastante solvencia y un pulso narrativo firme.

jueves, 9 de agosto de 2012

La casa pierde - Juan Villoro

Hoy es uno de esos días en que la reseña no es tal. En realidad, pocas veces lo es; solo son pequeños apuntes que dejo que salgan casi a vuelapluma, sin demasiada profundidad y, desde luego sin dedicarle más de quince o veinte minutos al post. Lo siento, pero prefiero leer a escribir sobre lo que leo, al menos de manera concienzuda.

En este caso, apenas voy a hablar del libro de cuentos de Villoro, si no más bien de la impresión que me ha causado. Son diez cuentos de media distancia, todos ellos entre las treinta y cuarenta páginas algo que, salvo en contadas ocasiones, no me gusta especialmente. Prefiero la concentración a la dispersión. En el relato.

Luego las historias, las tramas. Hombres perdedores pero especiales, historias sin grandezas y con muchas miserias. Acababa de leer un cuento y pasaba a otro, sin pena ni gloria, sin pararme a recapacitar, sin saber muy bien si me había parecido bueno o no, sin ni siquiera plantearme qué me aportaba.

Pero, como me ocurre generalmente con los clásicos, esta es la magia de la Literatura, de repente me sorprendo a mí mismo repasando los cuentos, siguiendo de nuevo la pista de los protagonistas: del escritor que se apoya en otro para escribir, del amigo que sentencia su vida por él, del boxeador que recibe golpes para pagar su deuda con la vida (sí, incluso este relato con metáfora facilona e historia bastante vulgar, me viene a la mente de nuevo).

Entonces, me pregunto, por algo será. Y eso me basta para volver a Villoro.

domingo, 5 de agosto de 2012

Piel roja - Juan Gracia Armendáriz

He tenido la suerte de recibir un ejemplar de la última novela de Juan Gracia Armendáriz que en septiembre publicará la editorial Demipage. Con este último libro, Armendáriz da por concluída su "Trilogía de la enfermedad" que comenzó con La línea Plimsoll (pendiente de lectura) y continuó con Diario del hombre pálido, una novela con forma de diario, o al revés; poco importa el orden y poco importa las clasificaciones y las etiquetas cuando hablamos de narrativa. De buena narrativa. Y esta lo es.

En esta tercera parte, Juan Gracia Armendáriz sigue el mismo patrón que en su anterior entrega: esto es, los apuntes a modo de confesión sobre su insuficiencia renal, sus días en diálisis, sus largas horas de hospital y sus ganas de salir adelante: cabalgando sobre un caballo veloz, a través del viento, constantemente sacudido sobre la tierra estremecida, hasta arrojar las espuelas porque no hacen falta espuelas, hasta arrojar las riendas porque no hacen falta riendas, como dice el famoso cuento de Kafka, y con el que juega Armendáriz no solo en el título, El deseo de ser piel roja.

El título encierra una metáfora acerca de la salud del protagonista: debido a la diálisis y a los medicamentos inmunosupresores, los pacientes con insuficiencia renal carecen de un tono de piel luminoso. El deseo de ser piel roja es el deseo de sanar. De volver a ser "piel roja" tras haber sido un "hombre pálido".

Si en la anterior entrega muestra a su hija Alejandra como su motor para seguir adelante, en esta ocasión, aparte de seguir volcándose en su hija, nos presenta a su madre como un apoyo constante.

Pero no solo de enfermedad vive el hombre, y Armendáriz reflexiona sobre otros asuntos de diversa índole, así como repasa etapas de su vida y recuerdos familiares no muy gratos.

sábado, 4 de agosto de 2012

Hobo - Juan Vico

La editorial Isla de Siltolá, centrada especialmente en poesía, publica la primera novela de este, precisamente, poeta catalán.

A modo de biografía, Juan vico construye la historia de Bob Skinny Lunceford, un bluesman que vivió en la primera mitad del siglo XX. La narración tiene tono costumbrista y algo de picaresca. Comienza la novela con una descripción de los campos algodoneros del Mississippi donde trabajan y viven los padres de Bob y sus numerosos hermanos. A ninguno le espera un gran futuro más allá de continuar trabajando en el campo. Pero Bob descubre casi por casualidad la música: "Un sonido poco habitual le hace levantar la cabeza como un perro de presa, una especie de chirrido oscilante que a esa distancia solo él percibe (...) observa a un viejo sin dientes, sentado en el porche de su chabola, que toca una guitarra aún más vieja y castigada mientras entona con insistencia una misma frase cuyo significado se le escapa por completo. Aunque lo que fascina de verdad a Bobby (...) es la forma en que la mano izquierda del viejo desliza un cuchillo por encima de las cuerdas para obtener una serie de gemidos que van anudándose y desanudándose con los de su propia voz" (pág. 20). Será a partir de esta especie de epifanía cuando Bob ponga todo su empeño en aprender a tocar la guitarra.

Pronto empieza a frecuentar bares donde músicos locales tocan canciones oscuras y algo crípticas. Siempre que tiene ocasión, coge una guitarra de algún músico e intenta tocar. Descubre que tiene un talento innato para desesperación de su padre, que le prohibe tocar. Bob decide irse en busca de un futuro mejor.

Comienza así a forjarse el Skinny músico solitario, mujeriego y alcohólico. La vida le va dando alegrías y tristeza y su vida va fluctuando entre la música, las peleas y la cárcel.

Se trata de una novela corta, de apenas 130 páginas en formato cuartilla y, sin embargo, no es necesario dar más descripciones, ni meter más relleno para darle una identidad real a Bob ni a ningún otro personaje de la historia. Skinny es de los personajes que te acompañan una vez finalizada la novela.

Cada vez me gusta más leer novelas breves y, en muchas ocasiones, son más contundentes que muchos novelones de setecientas páginas (a pesar de que me quiero poner con Franzen). Menos es más.