sábado, 30 de julio de 2011

Vi - Nikolai Gogol


Aquí llega Gogol de nuevo para dejarnos un libro y decir: “Mirad ignorantes, así se escribe”. Y transforma una leyenda ucraniana, la del jefe de los gnomos, Vi, que tiene unos párpados que le cuelgan hasta el suelo, en un cuento de terror impecable, que juega con la oralidad, que mezcla hechos cotidianos con un mundo fantástico y que si tienes huevos te lo lees por la noche en tu casa, sentado en mitad de un cuarto y como única iluminación la débil luz de una lámpara de escritorio. Luego me contáis.

Las ilustraciones de Luis Scafati, inquietantes y angustiosas, le vienen que ni pintado al relato.

¿Y de qué va? Pues de un tipo al que le pasa una cosa muy extraña en  una posada: la posadera le embruja y lo utiliza como caballo para darse una vuelta por la estepa.


Cuando el tipo se deshace del embrujo y vuelve a la civilización, recibe la noticia de que tiene que velar el cuerpo de una chica a la que él no conoce. Sin embargo, fue voluntad de la chica que esto así fuera. 

Gogol compagina los ratos de despreocupación mientras bebe o el cuentan anécdotas los parroquianos durante el día, con las misteriosas y aterradoras noches compartiendo habitación con la difunta.

Y si no os vale con esto, decir que en una hora y media lo tenéis leído; vamos que mientras que hacéis la digestión, tumbados en una toalla, os da tiempo de sobra.

viernes, 29 de julio de 2011

El final del amor - Marcos Giralt Torrente


Creo que ya he dicho en más de una ocasión que Tiempo de vida es una de las obras que más me ha aportado en los últimos meses. Uno tiene ya una edad y unas lecturas a la espalda y es difícil que algo le sorprenda, así que cuando aparecen estas pequeñas joyas se congratula con el mundo de nuevo y hace que merezca la pena seguir leyendo. Seguir buscando.

Ganador del II Premio Internacional de Narrativa Breve Ribera del Duero, imponiéndose a autores como Marcelo Lillo o Pablo Gutiérrez (espero ver pronto ambos libros en las librerías), El final del amor reúne cuatro cuentos de extensión larga que giran precisamente en torno a la pérdida de la llama que decía Murakami en unos de sus libros. Y lo aborda de manera realista, cotidiana. ¿Desamor y realismo, no será una ristra de situaciones tópicas? Os preguntaréis. Pues no, porque Marcos Giralt Torrente no cae en el romanticismo, en el dolor de la ruptura, ni en ningún otro cliché. Porque el amor también se va, forma parte de la vida, es una circunstancia más de la condición humana.

Como decía, El libro se compone de cuatro cuentos, todos ellos escritos desde la primera persona.

En Nos rodeaban palmeras una pareja se da cuenta de la rutina en la que viven gracias a un viaje que realizan con otra pareja muy distinta a ellos. Cautivos narra la historia de una pareja que, a pesar de que no pueden vivir juntos, les es imposible alejarse. Última gota fría va también un poco en esa línea. Por último, en Joanna asistimos al primer amor de adolescencia, aquel que te marca y que recuerdas toda tu vida.

El tempo utilizado en las cuatro narraciones es pausado, moroso; deshilvana poco a poco el ovillo de las diferentes parejas, sabiendo que el final se acerca, pero no por ello hay que correr, la ruptura va a llegar, todo a su tiempo. Además, no vamos a saber todas las causas y los pormenores, ya no existe el narrador en tercera omnisciente, aquí se narra desde un yo que a veces no es ni parte de la pareja, si no que está fuera, él sabe cosas, pero otras no. En ocasiones sólo puede especular, realizar hipótesis. Cosa que el lector inteligente agradece.

viernes, 22 de julio de 2011

Por qué se pelearon los dos Ivanes - Nikolai Gogol

Continuando con la relectura veraniega de Gogol, hoy es el turno de esta nouvelle que, en mi caso, más que relectura es descubrimiento porque no la conocía.
Los Ivanes, Ivanovich y Nikiforovich, son dos amigos de toda la vida. Vecinos, incluso, un buen día Iván Ivanovich descubre una escopeta que pertenece a Iván Nikiforovich. Le hace una oferta por ella, pero Nikiforovich no está dispuesto a venderla. Una cosa lleva a la otra, comienzan a insultarse y, en un momento dado, Nikiforovich llama a Ivanovich ganso. ¡Y hasta aquí podíamos llegar! Ivanovich se va muy ofendido. A partir de este momento, comienzan las rencillas: uno invade su terreno y construye un corral para gansos, el otro lo destruye a martillazos; Uno denuncia, el otro también. La disputa van en aumento, poco a poco, hasta el desolador final.

Total, que Gogol demuestra que el ser humano es el animal más gilipollas que hay sobre la faz de la tierra, y lo hace tan bien que te da igual pertenecer a esa especie.

Dices: “coño que Gilipollas son, son como yo, unos gilipollas sin remedio”. Y te hace hasta gracia que te demuestre lo vil y estúpidos que somos.

Por cierto, que igual es obsesión mía con Kafka, pero la parte de las denuncias y la posterior resolución del conflicto que se alarga años y años me recuerda tanto al amigo Franz. Quizás porque ambos abordan en sus obras a personajes de a pie, unos cualesquiera; y esos son esos tipos grises (aunque lleven la corbata naranja) que pululan por la vida con papeles e informes incomprensibles.   

jueves, 21 de julio de 2011

El trepanador de cerebros - Sara Mesa


Par mí la literatura funciona más o menos así: descubres un libro como Pequeñas Resistencias, allá por el año 2002. De esa nómina de narradores, hay unos cuantos que te acompañan durante tus futuras lecturas; otros te dejan de interesar; algunos no te gustaron desde el primer momento.

Ocho años después, Páginas de Espuma pone a nuestra disposición una nueva antología, Pequeñas resistencias 5. Uno ya tiene unas lecturas acumuladas y más recorrido que en el 2002 por lo que conoce a la mayoría de los autores aunque, felizmente descubre a tres de los que no tenía noticia: Francesc Serès, Jokin Muñoz y Sara Mesa. Del primero es fácil leer sus libros: todos están en catálogo y no hay problema en encontrarlos. Del segundo solo he conseguido Letargo, no sé si habrá algo más traducido. En cuanto a Sara Mesa, No es fácil ser verde, no demasiado complicado de encontrar (aunque igual lo tienen en la sección de juvenil); un libro ilustrado, La sobriedad del galápago, pedido a una librería, pero al ser una edición de una diputación, vaya usted a saber, y la novela que nos ocupa. Felizmente, descubro que hace unas semanas ganó el premio Málaga de novela. Pues a esperar.

El trepanador de cerebros tiene unos protagonistas difíciles de olvidar: un superdotado depresivo llamado Chamán; unos gemelos altísimos que tienen por hermana a una niña superdotada; un enano; un argentino que sueña con escribir su gran obra y luego suicidarse; un científico albino con un brazo más largo que otro; una polaca silenciosa; vistos todos ellos bajo la mirada de Silvia, una joven desarraigada.

Es esta, por tanto, una novela coral, que bien podría clasificarse de social ya que reúne los males endémicos de la sociedad: la precariedad laboral, la dificultad de encontrar piso, la soledad o la exclusión. Sin embargo, la autora trata estos temas desde un punto de vista muy cercano al absurdo (claro que también es cierto que vivimos en un mundo absurdo), y maneja a sus personajes como guiñoles grotescos, aunque con cierto cariño.

El ritmo, por su parte, no cae en ningún momento. Si se vislumbra un callejón sin salida (que no sé porqué se vislumbra porque si no hay salida estará oscuro, digo yo) a lo lejos, Sara Mesa da un giro a la narración y conduce a sus personajes a una nueva situación peripatética. 

Creo que estamos ante una gran narradora a la que le seguiré la pista.

lunes, 18 de julio de 2011

Rosas, restos de alas - Pablo Gutiérrez


Hace meses leí Nada es crucial. Reconozco que no sabía nada de Pablo Gutiérrez; lo descubrí por el premio ojo crítico (uno de los pocos premios “conocidos” que tienen prestigio, a mi modo de ver. Algunos ganadores: Ismael Grasa, Jon Bilbao, Alberto Olmos, Pilar Adón… a mí me sirve como garantía de calidad).  El caso es que empecé la novela y me costó un poco acostumbrarme a su mundo. Sin embargo no podía dejar de leer. Poco a poco fui adentrando en la historia de estos dos parias (Macu y Lecu). Finalmente caí rendido ante la prosa de Pablo Gutiérrez (esto suena cursi, pero es cierto). Digámoslo de otro modo pues: la forma de narrar de Pablo Gutiérrez tiene una fuerza arrolladora (ves, si es que suena igual de cursi). Y en que me baso para ello, bueno, que hasta que cayó ese libro en mis manos yo nunca había leído algo parecido a la prosa de Gutiérrez, ¿alguien me puede decir sus influencias, de qué fuentes ha bebido? En esa historia narraba algo duro, serio, dramático, pero desde el punto de vista de un cuento de hadas. En su día comenté que me parecía un cuento realista y sucio (que no realismo sucio). Y lo sigo manteniendo.

Busqué más obras suyas, pero me fue imposible encontrar Rosas, restos de alas en la edición de La Fábrica. Ahora, felizmente, se reedita junto con seis cuentos. No voy a hablar del argumento, qué más da. Lo importante es la manera en que se aborda, el estilo, la prosa cuidada. En definitiva, que se puede escribir de otra forma. Es cierto que me causó mejores sensaciones Nada es crucial. Esto se puede deber a dos motivos:

1.   Era la segunda obra y estaba más trabajada, más madura.

2.  Era la primera obra suya que leía y me sorprendió más

Si se da este segundo caso, supongo que es porque ya ha dicho todo lo que tenía que decir, que ya no es posible causar esa primera sensación, que solo podrán disfrutarle la panda de neófitos que van a salir a comprar un libro suyo cuando lean esta reseña (es que tengo mucho poder). Yo esperó fervientemente que sea la primera opción, en cuyo caso, espero la tercera obra con ganas.

domingo, 17 de julio de 2011

El capote - Nikolai Gogol



El verano es un buen momento para releer y redescubrir a los clásicos. O eso dicen. Yo creo que cualquier momento es bueno, y que si bien durante las vacaciones estivales tienes más tiempo, si lees, lo vas a hacer siempre. ¡Qué más da leerse una novela decimonónica en marzo que en agosto! El caso es que como ser humano que soy me contradigo, y este verano lo estoy dedicando a volver a leer a Nikolai Gogol, maestro de maestros (esto suena muy bien). Además no lo digo yo, lo dice Dostoievsky: “todos venimos de El capote de Gogol (esto también suena muy bien, lo de citar a alguien. Me estoy cubriendo de gloria en este post).

El primero que he cogido de la estantería ha sido precisamente El capote. Recuerdo que la primera vez que lo leí fue en un taller literario y quedé asombrado. Me pareció tan kafkiano (antes de Kafka). Adoro a este tipo de personajes: oficinescos y grises. K., Bartleby y Akaki Akákievich son la triada perfecta.

Decir de qué va el libro a estas alturas es vergonzoso, pero como no tengo vergüenza ninguna os cuento brevemente y a mi manera, claro. Akaki Akákievich es un oficinista fruto de las bromas de sus compañeros. No tiene un duro, pero necesita un capote nuevo para pasar el duro invierno en San Petersburgo, así que pasa calumnias hasta que consigue costearse el abrigo. Pero se lo roban a las primeras de cambio. Pide audiencia a un personaje importante para que interceda por él y recupere su capote. Claro que el personaje importante es un déspota y no le hace caso. Al final, el relato adquiere tintes fantásticos.


Esa denuncia de clases, esa superioridad de unos sobre otros, la importancia de las apariencias, etc. escrito en los años cuarenta del siglo diecinueve. Eso es un Clásico, con C mayúscula (autoplagio autorizado)

martes, 12 de julio de 2011

Sukkwan Island - David Vann


Novelas sobre padres e hijos hay unas cuantas. Desde la famosa Carta al padre de Kafka hasta una de las lecturas que más gratamente me ha sorprendido en los últimos meses, Tiempo de vida de Marcos Giralt Torrente. Cada cual, que complete con el título que más le haya gustado.

Sukkwan Island es también una novela de padres e hijos. Concretamente sobre un padre que no se le ocurre mejor idea para pasar más tiempo son su hijo que irse a vivir con él a una cabaña en una isla inhóspita de Alaska.

El libro está dividido en dos partes:

En la primera de ellas, la narración avanza lentamente. Vann se recrea contándonos que hacen el padre y su vástago: pescar, comer, cortar leña, dar paseos… el padre y el hijo no se entienden. Como cualquier padre y cualquier hijo. Pero es que además, aquí el padre llora por las noches, lo que hace que el hijo se avergüence de él por las mañanas.

Una mañana el padre se obsesiona con que tiene que recuperar a su segunda exmujer y comienza a llamarla por radiofrecuencia y le dice lo de siempre: he cambiado, estar alejado de la civilización ha hecho darme cuenta de lo mucho que te necesito, etc. La ex reacciona como todas. No se lo cree. La narración da un giro (que no voy a contar para no estropear el libro).

La segunda parte es mucho más macabra y dura. Es un viaje a la locura, prácticamente.

El estilo de Vann es seco y directo. Se le ha comparado con La carretera de McCarthy, y es verdad que se asemeja, pero es que a mi La carretera tampoco me gustó mucho. Me pareció demasiado repetitivo en ocasiones. Y con esta ocurre igual. Sobre todo en la primera parte. Sin embargo en la segunda creo que mejora el libro, y el final me parece de una justicia poética aterradora.

domingo, 10 de julio de 2011

Patricio Pron - El espíritu de mis padres sigue subiendo en la lluvia


Creo que Patricio Pron es un gran narrador, domina la técnica, el estilo, la estructura y hasta el ordenador con el que escribe. Pero también creo que me ha engañado con esta novela. Más aún teniendo en cuenta lo que esperaba de ella. La crítica (la crítica de la que me fío, no la de los suplementos literarios, de esa me fío poco o nada) le ensalza, el librero que me lo vendió me dijo que le dejó tocado cuando la acabó (también es un buen librero, no es un reponedor de Carrefour, a pesar de que sea la librería que más vende), e incluso estaba predispuesto a que la novela me gustara, me produjera una catarsis brutal y, en definitiva, me cambiara la vida para siempre. Y creo que ese ha sido el principal problema.

Porque, no nos engañemos, la novela no es mala, ni mucho menos, y Patricio sabe lo que hace. A Pron lo que es de Pron. Pero tampoco es esa novela que todo buen lector (sí, me considero buen lector, de hecho creo que es lo que mejor se me da hacer) espera leer algún día, esa que te deja tirado en la cama, mirando al techo, sin apenas comer, preguntándote qué coño significa estar aquí, en el planeta Tierra, con gente alrededor, yendo a trabajar, relacionarte con los demás, etc. No, esta definitivamente no es esa novela.

¿Y qué es entonces? Pues, obviamente, si no es esa novela, será otra, vamos digo yo.

Y esa otra novela está dividida en cuatro partes más un epílogo, a saber:

La primera parte muestra a un narrador, un tal Patricio Pron, (si, esto va de autoficción), que se ha pasado ocho años en Alemania, drogado, amnésico, tomando pastillas (muchas, de hecho demasiadas para darnos el nombre de todas y cada una), y en los ratos libres estudiaba y daba clases. Vamos que es el tipo que más años ha estado de Erasmus. Al narrador se le pone malo el padre, así que decide volver a su Argentina natal para despedirse de él.

En la segunda carta PatricionarradorPron encuentra una carpeta que su padre tenía guardada en su despacho. En la carpeta hay numerosos recortes de prensa sobre la desaparición de un hombre y su posterior asesinato. Resulta que el hombre desaparecido es hermano de una chica a la que “desaparecieron” años atrás, durante la dictadura de Videla. Esta chica era amiga de su padre. Luego sabremos de qué la conoce. Casi en la totalidad de esta segunda parte, Pron transcribe los recortes de periódico que estaban en la carpeta. Y los transcribe tal cual, con todas las faltas de ortografía que cometen los periodistas y no son pocas). Esto no sé muy bien por qué lo hace. Cosas suyas.

En la tercera parte, a parte de transcribir algún recorte más, el narrador se pone malo, así que tiene unos sueños muy raros, sacados directamente de Twin Peaks (y no del mundo onírico de Bolaño, como algunos apuntan. ¡Por favor!).

En la cuarta parte, casi de manera milagrosa, el narrador cobra la memoria, y se acuerda de que sus padres pertenecían a la Guardia de Hierro, un movimiento juvenil peronista (de ahí conoce el padre a la chica desaparecida). También recuerda que había perdido la memoria porque “quería” perderla, porque su infancia no fue especialmente alegre. Así que se siente culpable, y quiere redimir su culpa, y que mejor manera de hacerlo que escribir un libro, lo titulará: El espíritu de mis padres sigue subiendo en la lluvia.

Por último, nos cuela un epílogo donde nos dice que lo que ha ocurrido es verdad, pero que tiene el permiso de sus padres. Y bien, ¿a mí qué más me da? Cuando leo literatura no busco rigor histórico ni científico, eso lo busco con el ensayo.

Después de la crítica parece que el libro es lo peor que se ha escrito en mucho tiempo. Y no lo es para nada, solo que le ha tocado ser a Patricio Pron cabeza de turco. De hecho, tengo El comienzo de la primavera pendiente y me apetece mucho leer sus relatos. Lo que no acabo de entender es el valor que le dan a esta novela. Creo que gran parte del mérito se lo lleva el hecho de que sea autoficción y de que los hechos ocurrieran realmente. De que los sentimientos del narrador sean los de una persona de carne y hueso. Pero el hecho de que para el autor significara una verdadera catarsis escribirlo, no implica que para el lector también lo sea. Todos estamos de acuerdo en que lo que ocurrió en Argentina (en casi toda Sudamérica) con los dictadores es inadmisible, pero lo que estamos valorando es el carácter literario de una obra, no el dolor y lo putas que se pasó allí (o aquí) hace años. Y por eso creo que Pron me ha engañado.

Por último y no menos importante, alguién me puede explicar por qué razón la numeración de los capítulos va saltándose algunos números o no sigue la correlación, porque por más que le busco un sentido no lo encuentro.

viernes, 8 de julio de 2011

Relatos 1 - Eduardo Cano, Javier Pascual Echalecu, Javier Sagarna


Que en los tiempos que corren se creen nuevas empresas es cosa de aventureros. Que esa empresa sea una editorial, es cosa de unos pocos valientes. Si la editorial se dedica exclusivamente al cuento, estaríamos hablando de algún loco. Pero si, además, esa editorial publica a autores prácticamente noveles, estamos hablando de un kamikaze.  Pues bien, este kamikaze tiene nombre y apellido: José Luis Pereira, el mismo que hace ya unos años abrió en el barrio madrileño de Malasaña la única librería especializada en cuento de España (y creo que del mundo): Tres rosas amarillas. No contento con esto, desde marzo, tenemos a la venta el primer título de su nueva editorial (con el mismo nombre: editorial tres rosas amarillas). La idea, por lo que he podido averiguar, es la de publicar un libro trimestralmente compuesto por tres relatos de tres autores poco conocidos o, supongo, incluso inéditos si la calidad del texto así lo merece.

El primer volumen está compuesto por:

Diminutas punzadas de sandía, de Eduardo Cano.  El protagonista de este relato se topa en medio de la carretera con un conejo que cojea. Intenta salvarlo y curarlo, pero descubre una anomalía en el animal y cambia de opinión.

Cosas vacías, de Javier Pascual Echalecu. Un niño cae a un charco y desaparece. Se despliega todo  un dispositivo policial y ciudadano para encontrar al niño.  Un gran relato de lo absurdo y del vacío existencialista (yo al menos lo he visto así).

La muerte de Cleopatra, de Javier Sagarna. Dos supervivientes de un accidente aéreo malviven en un oasis a la espera de que alguien llegue a rescatarlos. Uno de ellos, se adapta mejor a la situación que el otro.

Como se ha podido comprobar, se trata de tres relatos muy diferentes entre sí, en cuanto a temática y estilo, pero todos ellos con suficiente calidad como para pertenecer ya al primer título de esta nueva editorial que espero que tenga una pizca de suerte.

lunes, 4 de julio de 2011

El vigilante del fiordo - Fernando Aramburu


El último libro de cuentos hasta la fecha de Fernando Aramburu ha sido comparado en cuanto a temática con su anterior libro de relatos, Los peces de la amargura. Sin embargo, desde mi punto de vista, los relatos que tratan el tema del terrorismo en este conjunto (aparte de ser tan solo tres de los ocho que forman la colección) son los más flojos. Quizás el único que se salva sea el que da título al volumen.

Los tres cuentos que conforman esta temática son:

Chavales con gorra, donde una pareja tiene que huir de su ciudad amenazados por los terroristas y cuyas vidas se hallan en permanente estado de alerta y obsesión ante el miedo.

Carne cruda. Construido a base de fragmentos de las personas que iban en los trenes del 11 de marzo y de sus familiares y amigos. Sinceramente me parece un parque temático del sentimentalismo. Como cuento, no aporta nada.

El vigilante del fiordo. Este cuento me parece el mejor de los tres. Historia escrita en dos niveles. El primero, el de la realidad, donde un hombre permanece en un centro psiquiátrico. El segundo, el nivel de los sueños, el fiordo que vigila el demente cuando se duerme. Que el cuento esté relacionado con un episodio terrorista es casi una mera anécdota.

Los otros cinco cuentos que componen la colección son:

La mujer que lloraba en Alonso Martínez, un cuento donde lo extraño se mezcla con la realidad; Mártir de la jornada, Nardos en la cabeza y Mi entierro, tres cuentos cuyo hilo común es el humor y lo absurdo; y Lengua cansada, para mí, el mejor de los relatos.

En este cuento, un padre divorciado y su hijo pasan las vacaciones de verano en una caravana por distintos campings de España y Portugal.

Un libro de relatos bastante flojo, al menos para las expectativas que tenía puestas en él.