Ya he dicho en más de una ocasión que disfruto de los dietarios de los escritores, supongo que por la parte de voyeur que tenemos todos más o menos desarrollada, de un lado, y la manera en que pasan de lo particular de su día a día a lo universal de la condición del ser humano, por otro. Cheever, Kafka, Julio Ramón Ribeyro; pero también autores más desconocidos como Iñaki Uriarte o Juan Gracia Armendáriz.
Tras el buen sabor de boca que me dejaron sus cuentos, La tristeza de las tiendas de pelucas, y sabiendo que tenía publicado un diario, decidí continuar por ahí con la obra de este autor navarro.
Irurzun apunta en las diferentes entradas de su diario los acontecimientos que le ocurren durante el verano del 2008. El cambio de residencia a Sarrigurren, ciudad dormitorio próxima a Pamplona donde solo hay casas y muy poca vida; el nacimiento de un miembro más de la familia, June, una hermana para el pequeño Urko que, en ocasiones, se siente ya un príncipe destronado; el trabajo que le asquea y le quita tiempo para escribir; la presión por parte de su mujer, Malen, para que pida un aumento de sueldo ahora que la familia va a crecer; alguna pequeña alegría relacionada con un libro en homenaje a Bukowski, del que fue el encargado de la edición; etcétera.
Se da una cosa curiosa con los diarios ya que, aparte de la sensación de estar espiando una vida ajena, al mismo tiempo se produce una empatía con el autor. Cómo no sentirse extraño y enrabietado con ese sistema, con ese monstruo como lo llama Patxi, que nos controla y del que formamos parte, casi sin querer. La voluntad de hacer el mal no es nuestra, es del sistema mucho más fuerte y superior que nosotros, pobres humanos. Cómo no sentirse aprisionado en un trabajo que no te llena, que no te hace feliz, pero que te sirve para malvivir, cuando en realidad lo que querías eras estar haciendo otras cosas que hicieran que tu vida valiera la pena.
Sin levantar la voz, sin berrinches, Patxi Irurzun pone las cartas sobre las mesas desde la subjetividad personal pero trascendiendo el yo. Estoy deseando leer ya Atrapados en el paraíso, sobre su experiencia en el mayor vertedero de Manila.
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