viernes, 9 de agosto de 2013

Los versos del hambre - Sara M. Bernard

Al igual que ocurrió con Yo, precario, uno que es treintañero con cierto nivel de estudios y un currículum atestado de diferentes puestos de trabajo, cada uno de ellos con una "gran" historia que contar, ¿cómo no identificarse con estos versos del hambre? ¿Cómo no verte en esas entrevistas grupales donde solo habla el entrevistador (alguien le ha explicado lo que significa el término entrevista)? ¿Cómo no sentirte ridículo ante tantas gilipolleces enmascaradas de dinámica de grupo? ¿Cómo no cagarte en su puta madre, en definitiva, cuando a la pregunta de qué salario vas a cobrar te sueltan, por enésima, vez aquello del contrato mercantil, que en el futuro puedes gestionar tu propia oficina, bla, bla, bla?

Sí, de la precariedad laboral habla Sara Bernard, pero donde en la novela de López Menacho se veía un cierto toque irónico de vez en cuando, incluso parecía divertida esa precariedad en ocasiones, o había, cuanto menos una mesura a la hora de plantear su tesis, un cierto tono medio, una clara voluntad de estilo, las ochenta y cuatro páginas de Sara Bernard están escupidas a modo de catarsis, de rabia contenida ante un mundo laboral cada vez más despiadado. Mucho más amargo, en este sentido, este texto. Más contundente, a mi juicio. 

El libro se divide en pequeños capítulos donde se narran año a año los diferentes trabajos por los que ha pasado, con sus correspondientes miserias y abusos: más horas de las normales, tareas que no te corresponden, mal pagadas (cuando pagan), empresas con diferentes nombres que siempre son las mismas y que no se sabe muy bien el porqué son legales o, cuanto menos alegales (sí, yo también he ido a varias entrevistas de trabajo y, cuando he llegado al sitio he recordado que ya había estado allí, pero el nombre de la empresa era distinto, pero el personal el mismo, pero el producto a vender distinto; en fin, un lío). 

Todo trabajador precario pasa por esa etapa en que cree que tiene la culpa de que no le salga trabajo, pero luego se da cuenta de que la culpa no es suya, que está dispuesto a trabajar de lo que sea, que no es un elitista que solo busca trabajo de lo que le correspondería; que lo único que pide es que le paguen. ¿Es eso tanto pedir? Incluso llega al punto de aceptar trabajos con contratos mercantiles, donde no te das de alta como autónomo porque sabes que no vas a durar mucho allí y que los quinientos euros que ganes no los va a investigar hacienda y a ti, en cambio, te viene bien para malvivir otro mes. 

No sé si es un texto necesario o no porque parece que todos sabemos como están las cosas, pero luego me viene a la cabeza un párrafo del libro que habla del mileurista y de que la autora no vio nunca tres ceros en su nómina. En la mía tampoco hay tantos ceros, ni ahora ni hace años cuando no había crisis y, sin embargo, los que acuñaron el término se referían al mileurista para hablar de un sueldo menor. ¿Menor mil euros? Quien los pillara. Entonces igual no somos tan conscientes de lo que está pasando, ¿no?

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