domingo, 15 de febrero de 2015

La ley de la ferocidad - Pablo Ramos

La ley de la ferocidad se emparenta con aquellas novelas en las que el narrador, más o menos disimulado en un personaje pero que es el propio autor, nos narra la muerte de un ser querido. Desde Mi madre, de Richard Ford hasta El año del pensamiento mágico, de Didion, pasando por las españolas Tiempo de vida, de Giralt Torrente; La hora violeta, de Sergio del Molino; o Luz de noviembre, por la tarde, de Eduardo Laporte. Por no mencionar la emblemática novela de Francisco Umbral Mortal y rosa.

En este título, el alter ego de Pablo Ramos, Gabriel, vuelve al suburbio bonaerense de el Viaducto en Sarandí, para enterrar a su padre con quien nunca ha tenido una relación fácil. El cabeza de familia siempre se ha mostrado distante con su hijo. Gabriel vuelve después de cinco años para preparar el velatorio. Dos días, hasta que llegué su tío siciliano. Y después la incineración. La nada. Pero esa nada ya la sentía Gabriel desde mucho antes. Desde que abandonó el barrio y se convirtió en un hombre de provecho, no por ímpetu, no por sacrificio, sino por darle en los morros al padre, para decirle: "mírame, padre, soy más que tú. He triunfado. No como tú, peronista de mierda que jamás fuiste capaz de decir lo que sentías, de darme un beso, un abrazo, apenas una frase de cariño". Un poco por eso y otro poco por el vacío existencial, Gabriel entra en un bucle de autodestrucción a base de emborracharse, drogarse y tener sexo, o no pero si ir de clubs, con prostitutas, En el momento del entierro parece que ya está rehabilitado, pero al tener que lidiar con viejos  fantasmas durante 48 horas seguidas la recaída es inminente.

Escrito años después de la muerte de su padre y entremezclando retazos que ya estaban esbozados en diferentes soportes: en un papel, en un cuaderno, con una máquina de escribir, Gabriel reconstruye su infierno particular a la vez que la escritura le expurga de su pasado. Porque la escritura es el camino que elige Gabriel para su redención; la escritura como balsa salvadora en mitad del huracán.

Novela dura, con un estilo seco, directo, sin miramientos. No apta para todos los estómagos, Gabriel es un tipo que vomita sus palabras, porque tiene tanta mierda dentro que no le queda otra que expresarse así. La foto de la portada, un acierto; la escena de las palomas es toda una declaración de intenciones de lo que es la novela.

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