jueves, 5 de febrero de 2015

La librería más famosa del mundo - Jeremy Mercer

La librería más famosa del mundo no es otra que la Shakespeare and company; primero Sylvia Beach con su librería en la rive gauche, con ilustres clientes como Hemingway, Scott Fitzgerald o James Joyce. Después, George Whitman, ya con la ubicación actual, muy cerca de Notre Dame, hermanada con la librería de San francisco City lights, y con clientes no menos glamurosos: nada menos que la generación beat con Jack Kerouac y Allen Ginsberg a la cabeza, han hecho de esta librería a lo largo de las décadas un atractivo más de la ciudad de París, casi a la misma altura que la Torre Eiffel. Toda guía turística que se precie lo recoge como visita obligatoria; todo turista de pro tiene una foto en la archiconocida fachada verde y amarilla.

Hasta aquí llega un joven periodista canadiense, trasunto del propio autor, a finales del milenio huyendo de un delincuente de poca monta. Casi por casualidad se ve un día tomando té en una de las salas de la librería. Y allí se queda. Solo una semana, le comenta el huraño propietario. Un par de meses son los que estará finalmente. La librería es un especie de comuna, el propio George Whitman es un izquierdista reconocido que apoya las doctrinas marxistas. Su lema es "da lo que puedas, toma lo que necesites". Conviven entre estanterías a punto de desbordarse unos cuantos aspirantes a escritores: el poeta ex alcohólico es el más veterano, lleva ya cinco años y Whitman quiere deshacerse de él porque ocupa una sala y no permite que los clientes la exploren libremente. Pero también hay un argentino, un chino, una artista plástica y un par de dependientas hermosas. Pero por encima de todos ellos destaca la figura de George Whitman, una especie de Don Quijote moderno, que a sus ochenta y muchos años sigue siendo atractivo para las veinteañeras.

Todo es idílico en la librería, pero es un espacio mítico. La realidad es más cruda. Sus habitantes son poco menos que homeless que no durarían mucho ahí fuera. Sin casa, sin papeles, sin ingresos. La novela está contada desde un pasado que idealiza ese tiempo vivido y que posiblemente cambiara la vida al protagonista, pero  a buen seguro que las perspectivas no fueran tan halagüeñas en el momento de vivirlas. Así, la novela es amable, incluso tiene un toque edulcorado gracias a ese narrador que da testimonio de primera mano de su estancia en la Shakespeare and company, de cómo los problemas no son tales, o no tan graves, dentro de ese reducto mágico en medio de una gran ciudad. Y sin embargo, es amarga en el fondo. Son personajes desubicados, demasiado cándidos para la sociedad moderna. La amenaza exterior se manifiesta en forma de empresario que quiere hacerse con el edificio. Pero, aunque sea una utopía, o precismante por ello, hay que conservar esos espacios.

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