Uno de los temas recurrentes de la literatura universal es el de Escribir salva. Así, aparece en El guardián entre el centeno o en el Retrato del artista adolescente. Sin embargo, nunca había estado tan claro este tema como en este libro. A Dan Fante, literalmente, escribir le salvó la vida.
En esta autobiografía, que corre paralela junto a la de su padre, el mítico John Fante, Dan vive una auténtica montaña rusa de sensaciones y situaciones límites. Tan pronto amanece meado y vomitado en una habitación barata de motel, como que se encierra en otra durante días para superar su alcoholismo; consigue mucho dinero en diversos negocios, como que se ve arruinado y durmiendo en sofás de amigos; tiene una pareja medianamente estable, o acaba pagando a putas y chaperos de diversa índole para obtener sexo.
Dos son, pues, los pilares en los que se basa el libro: el alcohol y la relación con su padre. Del primero podemos decir que, durante muchos años, fue el mejor amigo de Fante, lo que le llevó a sufrir numerosos blackout (pérdidas de memoria), constantes cambios de humor, irritabilidad, depresiones, autolesiones y no pocos enfrentamientos personales con otras personas.
Del segundo, de su relación con John Fante, hay una dicotomía amor-odio. Desde los primeros años padre e hijo no se llevan bien, aunque finalmente acaban respetándose e, incluso, Dan llega a afirmar que: "John Fante era mi héroe".
En cuanto al estilo, es directo, sin contemplaciones ni florituras. A lo largo del libro aparecen tres frases que definen a la perfección la escritura de Dan Fante. Las dos primeras son de Franz Kafka: "un buen libro nos despierta como un mazazo en el cráneo"; "un libro tiene que ser un hacha que rompa el mar de hielo que llevamos dentro". La tercera es un consejo que le dio su padre: "nunca pierdas el tiempo con algo en lo que tú no creas".
Las fotografías de la familia Fante completan el libro.
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