A pesar de que las comparaciones son odiosas no me resisto a comparar, al menos una parte de la reseña, este libro con aquel otro que me leí hace algunos días y que me maravilló: Compañía K. Lo primero porque es curioso que dos editoriales independientes publicaran en el mismo mes sendos libros sobre la I Guerra Mundial. Y lo segundo porque sean tan distintos entre ellos.
Mientras que en Compañía K el punto de vista lo componía la compañía de marines estadounidenses que hacían la guerra en Francia, aquí el punto de vista se centra en el bando enemigo, en la artillería alemana principalmente, y en la figura de Adolf Reisiger, estudiante que se alista voluntariamente y que es enviado al frente desde el mismo comienzo de la guerra. Si en la obra de William March se nos narraban acciones cotidianas dentro de un marco bélico, en esta de Köppen nos encontramos en las trincheras en su mayor parte. Las balas silban a nuestro alrededor, el barro se mezcla con la sangre y las vísceras de los combatientes y, en muchos pasajes del libro, tenemos la sensación de que en esa batalla que estamos librando no salimos con vida. Y a pesar de estar siempre encogido con la nariz tocando el lodo para que una bala perdida no te lleve por delante, uno de los momentos más atroces es cuando el soldado Reisiger obtiene un permiso de diez días y vuelve a Alemania. Allí, los veteranos de guerra le dicen que eso no es una guerra, que guerra la que hacían ellos; los familiares le preguntan y cuando Reisiger contesta no le creen del todo. "No será para tanto", parecen decirle. Y nosotros que hemos estado en la primera línea del frente no podemos sino resignarnos y mordernos la lengua.
Por último, otro rasgo en común, es el carácter antibélico de ambos libros. Edlef Köppen nos muestra pasajes que demuestran lo absurdo de las guerras como cuando los artilleros disparan sin ver al enemigo, por el simple hecho de disparar; o en la campaña rusa, cuando recorren kilómetros y kilómetros en busca de un enemigo que no está. Pero el mayor alegato son las palabras de Reisiger en una carta que escribe a sus padres tras un armisticio: "La sensación de que los enemigos se han convertido de repente en seres humanos porque algunos de los augustos señores así lo ha deseado". Una simple frase sirve para desmontar cualquier legitimidad, si es que existe, de que se produzca una guerra. Durante este armisticio los soldados de ambos bandos intercambian cigarrillos y charlan amistosamente sin tener en cuenta que hace unas horas se estaban matando.
Aunque de casualidad, ha sido una suerte leer ambos libros casi seguidos porque son perfectamente complementarios e indispensables.
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