La primera vez que oí hablar de César Aira fue en la facultad. En una asignatura titulada "La novela hispanoamericana en el siglo XX" teníamos una serie de lecturas obligatorias más o menos académicas, clásicas, tópicas. Además, para complementar, nos facilitó un listado con otro tipo de novelas más experimentales. Recuerdo La ciudad, de Levrero; Basura, de Héctor Abad Faciolince; y Varamo, de César Aira. Estoy seguro de que había otros títulos, pero solo recuerdo los que leí. Tengo que buscar ese listado, a ver si descubro a algún otro autor interesante porque, al menos estas tres novelas, me sorprendieron. A tal punto, que Mario Levrero se ha convertido en un escritor básico en mi canon personal.
De Varamo recuerdo vagamente el argumento, pero sí que toda la trama era un continuo avanzar por el libro, como si el autor no releyera lo que ha escrito, como si el fin mismo del libro fuera llegar a la meta. Más tarde comprendí que, en líneas generales, ese es el planteamiento del escritor argentino. Su particular manera de entender la literatura le permite publicar cuatro o cinco novelas cortas todos los años. Así, considera de mayor importancia la creación de toda producción literaria de un autor, con sus aciertos y sus fallos, más que una obra en concreto.
Los fantasmas comienza el treinta y uno de diciembre en un edificio en construcción donde los futuros inquilinos van a comprobar cómo avanzan las obras. En principio ya tenían que estar entregadas las llaves, pero hoy es un día de celebración y nadie quiere acabar mal el año, por lo que la visita se limita a vislumbrar cómo serán sus futuras estancias y a medir paredes y suelos. César Aira nos describe minuciosamente el espacio por el que los personajes, en realidad es un solo personaje global, van pasando. Así, Aira se demora especialmente en la luz y el calor del verano argentino. Finalmente los inquilinos se van y los obreros almuerzan. Al ser el último día del año, solo trabajan media jornada, por lo que, tras la comida, todos marcharán a casa, excepto uno, un chileno que vive junto a su mujer, sus tres hijos y su hijastra en la planta superior, vigilando la obra. A partir de este punto la narración se centra en esta familia chilena y en la preparación del fin de año. Los fantasmas a los que alude el título, y que suponemos que son antiguos propietarios del edificio que habría allí en otra época, pululan desnudos por el esqueleto del edificio. Nadie ve extraño el hecho de que haya fantasmas, en todo caso son algo fastidiosos. La novela finaliza justo cuando el reloj da las doce de la noche.
Creo que hay textos que hay que leer, que poco o nada puede aportar una crítica, y menos una hecha por un servidor que, dicho sea de paso, no hace críticas, sino que se limita a comentar a vuelapluma algunos libros que lee. Este libro es uno de esos textos que difícilmente puedo desgranar. Se puede hacer una nota de la sinopsis pero con el mero argumento no llega a ningún lector. Obvio. Pero tampoco puedo desarrollar más la idea. César Aira no se parece a nadie. La imaginación desbordante o la forma de dejarse llevar en la narración puede tener ecos de unos y de otros, pero nada como ir a la fuente, esto es, leer a César Aira.
Los fantasmas comienza el treinta y uno de diciembre en un edificio en construcción donde los futuros inquilinos van a comprobar cómo avanzan las obras. En principio ya tenían que estar entregadas las llaves, pero hoy es un día de celebración y nadie quiere acabar mal el año, por lo que la visita se limita a vislumbrar cómo serán sus futuras estancias y a medir paredes y suelos. César Aira nos describe minuciosamente el espacio por el que los personajes, en realidad es un solo personaje global, van pasando. Así, Aira se demora especialmente en la luz y el calor del verano argentino. Finalmente los inquilinos se van y los obreros almuerzan. Al ser el último día del año, solo trabajan media jornada, por lo que, tras la comida, todos marcharán a casa, excepto uno, un chileno que vive junto a su mujer, sus tres hijos y su hijastra en la planta superior, vigilando la obra. A partir de este punto la narración se centra en esta familia chilena y en la preparación del fin de año. Los fantasmas a los que alude el título, y que suponemos que son antiguos propietarios del edificio que habría allí en otra época, pululan desnudos por el esqueleto del edificio. Nadie ve extraño el hecho de que haya fantasmas, en todo caso son algo fastidiosos. La novela finaliza justo cuando el reloj da las doce de la noche.
Creo que hay textos que hay que leer, que poco o nada puede aportar una crítica, y menos una hecha por un servidor que, dicho sea de paso, no hace críticas, sino que se limita a comentar a vuelapluma algunos libros que lee. Este libro es uno de esos textos que difícilmente puedo desgranar. Se puede hacer una nota de la sinopsis pero con el mero argumento no llega a ningún lector. Obvio. Pero tampoco puedo desarrollar más la idea. César Aira no se parece a nadie. La imaginación desbordante o la forma de dejarse llevar en la narración puede tener ecos de unos y de otros, pero nada como ir a la fuente, esto es, leer a César Aira.
Pues a mí me han entrado ganas de leerlo después de tu (según tú) no-crítica. No he leído aún nada del autor y ya toca.
ResponderEliminarYo volveré a él en breve. Me parece un escritor interesante. También apareció hace unos meses en Mondadori "Relatos reunidos" aunque me comentan que sus dos mejores obras son "Ema, la cautiva" (agotado), y "Cómo me hice monja". Veremos.
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