BIENVENIDOS
AL APOCALIPSIS
El primer día fue el
fogonazo donde los mamíferos ardieron como teas. El segundo, murieron las aves
y los peces. Al tercer día, no salió el sol ni le sucedió la luna. El cuarto,
los árboles y las plantas se secaron. El quinto día, el cielo y el mar dejaron
de existir. Al sexto día, anocheció. El séptimo, por supuesto, el creador
descansó.
Con esta creación
inversa comienza la última novela del bilbaíno Juan Carlos Márquez, que edita Salto de página. El Apocalipsis parece
que ha llegado y el mundo tal y como lo conocemos va a dejar de existir. A modo
de diario, Adam Crowley nos relata el día a día de los supervivientes en el
nuevo mundo, cómo los militares construyen una ciudad subterránea a la par que
lanzan bombas de oxígeno al aire para poder respirar sin máscaras al menos un
par de horas al día, o cómo Disney World se convierte en hospital de campaña
primero y en campamento base, después. Pero algo sucede cuando descubren
alarmados pirámides de huesos apilados a modo de esculturas en los márgenes de
la carretera. No todos los habitantes que han sobrevivido a la devastación de
la Tierra conservan su forma humana; algunos han mutado convirtiéndose en seres
rápidos, ágiles y ultramusculados que practican el canibalismo. La única solución
parece pasar por trasladarse a Marte, dando comienzo el Diario de Marte, donde lo que primará será la necesidad de crear un
nuevo mundo habitable, un nuevo Génesis. Allí, a Marte, se irán la mujer de
Adam con su hijo, el propio Adam, un vecino que se quedó huérfano, un militar
experto en biología, y una enfermera con pocas ganas de vivir.
Después de la excelente
colección de relatos que bebía de la narrativa americana (Norteamérica profunda) y del no menos interesante Tangram donde un conjunto de relatos se
convertía en novela y coqueteaba con el género negro, Juan Carlos Márquez se
adentra en esta ocasión en el territorio de la ciencia ficción pero marcando
siempre su propio estilo que se va reconociendo a través de sus diferentes
obras: un sutil humor negro en ocasiones más hilarante como sucedía en Oficios o Llenad la tierra o de manera más comedida como en esta ocasión, y
los guiños a la cultura popular. También está presente en esta obra las
relaciones humanas, muy especialmente en la segunda parte de la novela, donde
tiene que comenzar una nueva vida para salvar a la raza humana, pero también en
la primera parte, en ese Diario de la
Tierra, donde en medio del caos se puede ver a un padre jugar con su hijo y
el amigo de este a pasarse el balón de rugby o donde un par de niños hacen
carreras con una silla de ruedas. O aquella otra estampa familiar donde los adultos y los niños patinan por carreteras
desiertas persiguiendo una masa homogénea de gusanos blancos.
Reconozco que nunca he
sido un gran aficionado a la ciencia ficción y que conozco poco los códigos en
los que se mueve, sin embargo el autor sí que conoce estos códigos que
trasgrede y reelabora en esta novela distópica. Poco importa, además, que el
lector sea o no seguidor del género. Una vez que tenga el libro entre las
manos, se olvidará de las etiquetas que nos autoimponemos y disfrutará de este
particular Apocalipsis
RESEÑA APARECIDA EN LA REVISTA QUIMERA ENERO 2015 NÚMERO 374
RESEÑA APARECIDA EN LA REVISTA QUIMERA ENERO 2015 NÚMERO 374
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