Tiene este libro cinco relatos que beben de la fuente de Carver. Pero en esta ocasión lo digo como algo negativo. Carver fue único e irrepetible (o Gordon Lish, quién sabe). El caso es que en sus cuentos aparentemente nimios, palpitaban con fuerza las constantes vitales del ser humano; sus miserias y su profundo vacío. En estos cuentos de Javier Morales me cuesta ver más allá de la nada que se cuenta.
Es cierto que perfila bien a los personajes, pero deambulan sin rumbo por las páginas sin que tengas la sensación de que la tormenta va a llegar tras la calma. Aunque sea después del relato. Al acabar de leer cada cuento sientes que el personaje se ha muerto. Y esa es una de las peores sensaciones a la hora de leer: no sentir al personaje vivo. Es curioso que si acabo de decir que construye bien a los personajes, cómo es posible que dos líneas después me contradiga argumentando que los personajes mueren con el final de la lectura. Bueno, porque les falta alma. Hace falta un paso más para que se materialicen y se personifiquen. No basta con armarlos, hay que hacerlos andar. Y ese es el principal fallo de estos cuentos.
Además, los cinco cuentos giran en torno a lo mismo, sin apenas variantes: relaciones que se truncan, dejarse llevar, ser infiel. Los personajes protagonistas parecen cortados por el mismo patrón, son muy parecidos entre si.
Y después de lo dicho, resulta que los cuentos no son para nada malos, más bien al contrario, solo que apuntar a Carver es complicado. La caída se nota más. Como dice Vila-Matas: "el escritor, como el artillero, debe apuntar alto porque sabe que la física le hará siempre quedarse corto". Pero luego apostilla: "pero cuidado: si uno apunta demasiado alto, el obús puede caerle a los pies".
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