Normalmente no suelo estar de acuerdo con la contraportada de los libros. De hecho suelo leerlas una vez terminado el libro. Por pura curiosidad. Las contraportadas de Caballo de Troya, sin embargo, son diferentes: originales e inteligentes. En esta ocasión tachan la novela de Remedios Zafra de irrealismo crítico: "género contrario (pero paralelo) al realismo social". Y me parece que, quien quiera que escriba la contra, acierta. Al menos en esta ocasión.
Porque la novela de Zafra nos narra el día a día de la sociedad española actual. La gente que vive Aquí y quiere irse Allí. Porque Allí parece ser que hay oportunidades, trabajo, cierta estabilidad. Pero cuando llegan a la estación de tren, los trenes no paran. Pasan por las vías a toda velocidad pero no se detienen en la estación. Y la gente, en vez de buscar un camino alternativo, se quedan en el anden, a esperar que alguno pare; como los personajes de El ángel exterminador, los viajeros de Remedios Zafra parecen inmovilizados por una fuerza extraordinaria; no se dan cuenta que, como decía Machado: "caminante no hay camino, se hace camino al andar."
Mientras la protagonista espera, nos cuenta la idiosincrasia de su lugar Aquí, donde Violet lleva tanto tiempo en el mismo trabajo temporal que el adjetivo parece difuminarse en el ambiente asfixiante del lugar y que, sin embargo, se resiste a llamarlo trabajo. Así, a secas. Porque eso significaría que sus sueños se han evaporado. También conocemos a Laquestapeor. Gracias a este personaje los habitantes de Aquí se consuelan de sus vidas anodinas. Ya saben, tal y como están las cosas, no nos podemos quejar. Algunos están peor. Y con eso nos conformamos.
Una metáfora de la situación que estamos viviendo lo suficientemente alejada de la realidad como para vernos reflejados, más que como en un espejo, como en un charco turbio.
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