Último ganador del Premio Setenil al mejor libro de relatos, las veintinueve piezas que componen este volumen tienen en común la cotidianidad interrumpida por algún tipo de elemento extraño. Además, Roas construye la mayoría de sus narraciones a base del humor, la ironía o el descreimiento, según el caso.
Estructuralmente se divide en dos apartados: Espejismo, donde se reúnen veinte cuentos; y Asimetrías, compuesto por nueve microrrelatos.
Hace unos cuantos días que terminé de leer los relatos y no me había atrevido a manifestar mi opinión porque no estaba seguro de ella. Por un lado, reconozco la capacidad de construir historias de David Roas pero, precisamente por eso, no sé hasta qué punto todas las historias son cuentos. Con esto quiero decir que en alguna ocasión me ha parecido más bien una primera versión de un futuro cuento que nunca aparecerá, o un esbozo a mata caballo apuntado en un cuaderno de ideas para su posterior desarrollo. Otras narraciones carecen de pulso narrativo y siento que se van desinchando las historías hasta llegar a un final desinflado o precipitado.
Luego está el asunto de los clichés; en estas narraciones se hace uso y abuso de ellos y, si bien es cierto que la gran mayoría de las veces David Roas da un giro a la narración por medio de una frase, ese darle la vuelta al cliché no deja de ser otro cliché desde hace ya tiempo: esto es, por poner un ejemplo, el miedo a los fantasmas desde el punto de vista del fantasma.
No obstante, solo es un acercamiento a su obra. Si un autor me provoca dudas con su escritura, lo que consigue es que me interese más por otras obras suyas para poder opinar de manera más consecuente.
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