El verano es un buen momento para releer y redescubrir a los clásicos. O eso dicen. Yo creo que cualquier momento es bueno, y que si bien durante las vacaciones estivales tienes más tiempo, si lees, lo vas a hacer siempre. ¡Qué más da leerse una novela decimonónica en marzo que en agosto! El caso es que como ser humano que soy me contradigo, y este verano lo estoy dedicando a volver a leer a Nikolai Gogol, maestro de maestros (esto suena muy bien). Además no lo digo yo, lo dice Dostoievsky: “todos venimos de El capote de Gogol (esto también suena muy bien, lo de citar a alguien. Me estoy cubriendo de gloria en este post).
El primero que he cogido de la estantería ha sido precisamente El capote. Recuerdo que la primera vez que lo leí fue en un taller literario y quedé asombrado. Me pareció tan kafkiano (antes de Kafka). Adoro a este tipo de personajes: oficinescos y grises. K., Bartleby y Akaki Akákievich son la triada perfecta.
Decir de qué va el libro a estas alturas es vergonzoso, pero como no tengo vergüenza ninguna os cuento brevemente y a mi manera, claro. Akaki Akákievich es un oficinista fruto de las bromas de sus compañeros. No tiene un duro, pero necesita un capote nuevo para pasar el duro invierno en San Petersburgo, así que pasa calumnias hasta que consigue costearse el abrigo. Pero se lo roban a las primeras de cambio. Pide audiencia a un personaje importante para que interceda por él y recupere su capote. Claro que el personaje importante es un déspota y no le hace caso. Al final, el relato adquiere tintes fantásticos.
Esa denuncia de clases, esa superioridad de unos sobre otros, la importancia de las apariencias, etc. escrito en los años cuarenta del siglo diecinueve. Eso es un Clásico, con C mayúscula (autoplagio autorizado)
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