En una antología donde se dan cita 33 escritores y cuyo único nexo es la temática (inabarcable e infinita) de la familia lo lógico es que haya una gran disparidad de calidad. Si a ello le sumamos la combinación de autores consagrados con otros prácticamente inéditos, las diferencias se acentúan más. No por la mala calidad de los noveles, sino por la demostrada solvencia de los veteranos. En este sentido estoy bastante de acuerdo con el crítico Ricardo Senabre que destaca dos autores por encima del resto: Jon Bilbao y Mercedes Cebrián. (Podéis leer la crítica aquí). El cuento del primero se centra en una historia sencilla y aparentemente idílica para mostrarnos finalmente la cara menos amable. En cuanto al segundo, muy en su línea, Cebrián construye un relato lleno de ironía y con una fuerte crítica al consumismo (leed su impagable Cul-de-sac).
Otros relatos a destacar: el de Berta Marsé, que se nota demasiado que es por encargo y sin embargo es un buen relato que funciona; el de Fernando Clemot, sobre una pareja rota que guardan las apariencias; o el relato de terror de Jordi Soler. Esto en cuanto a los autores más conocidos.
Entre los autores desconocidos, al menos para mí, destacaría el cuento de Sergio Lifante sobre una familia virtual; o el de Andrea Jeftanovic, que en una temática muy cercana a Zambra o Pron en sus últimas obras habla de los hijos de las dictaduras sudamericanas.
Este me parece el mayor acierto de los antólogos: el darnos a conocer nuevas voces, en intentar vislumbrar el posible camino que tomarán las letras en lengua española en un futuro. Otra cosa es que luego realmente sea así. Solo el tiempo lo dirá.
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