Igual todavía hay gente que piensa que los escritores viven de lo que escriben. Pocos, muy pocos, lo han conseguido a lo largo de la historia. Lo normal es trabajar en otra cosa para poder comer.
En este libro, la investigadora italiana hace un recorrido por esos trabajos que realizaron escritores que han pasado posteriormente a la historia de la literatura por sus obras. Se centra sobre todo en el final del siglo XIX y la primera mitad del XX. En total, Galateria repasa el Currículum Vitae de veinticuatro autores. Apenas le dedica unas páginas a cada autor, haciendo una síntesis muy amena sobre sus obligaciones pecuniarias y la relación con su obra.
Todos sabemos que Kafka fue un oficinista gris que maldecía su suerte por no poder dedicarse exclusivamente a la literatura. También sabemos que Bukowski fue durante muchos años cartero o que Saint-Exupéry fue piloto. Sin embargo, puede que no sepamos que Bohumil Hrabal estuvo a punto de perder la vida en una acerería o que Colette montó una empresa de productos de belleza.
En estas hojas de servicio vemos a escritores agradecidos con su trabajo. Así, Perec, se negó a un ascenso siendo ya un escritor de éxito. Consideraba que era tan malo para un escritor hacer carrera con su trabajo como dedicarse exclusivamente a la literatura. Con un trabajo de cuarenta horas semanales, aún disponía de muchas horas para crear lo que quisiese. Orwell, por su parte, dejó su trabajo de policía en Birmania para vagabundear por Londres y París y ser friegaplatos de un hotel de la capital francesa. Creía que, para escribir literatura, tenía que tener un contacto muy estrecho con las personas de las que luego iba a hablar.
Unos más contentos, otros menos, lo cierto es que gran parte de la nómina de escritores que figuran en los manuales de literatura tuvieron que realizar trabajos puramente alimenticios para poder vivir. Sin esos trabajos, quizás no habrían escrito aquellas obras; al fin y al cabo el autor se nutre de sus experiencias para construir su mundo.
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