sábado, 8 de octubre de 2011

Un incendio invisible - Sara Mesa

Esta novela se alzó con el Premio Málaga de Novela en su última edición (2011). La verdad es que este dato a mí me da un poco igual, en tanto en cuanto a mí lo que me interesa es seguir la obra de esta escritora. Con No es fácil ser verde, libro de relatos publicado bajo un catálogo de literatura juvenil, vaya usted a saber por qué (bueno, porque fue otro concurso literario, de esos en que los que autores prácticamente inéditos ponen todas sus ilusiones en su manuscrito y los organizadores lo premian, lo publican y se olvidan. Nada de promoción, nada de labor editorial... en fin, que ese es otro tema). Lo que quería decir era que el libro me pareció un gran libro en su conjunto, con algunos relatos realmente buenos. Con su primera novela, en la que profundizaba de alguna manera en algunos de los personajes de los relatos, me ocurrió lo mismo: no quiero añadir nada más, puesto que comenté la novela aquí, y tampoco es cuestión de repetirse (no mucho, al menos).

Un incendio invisible es una novela deslumbrante. La acción transcurre en una ciudad imaginaria, Vado, poseedora de un pasado con mucha vida y actividad (más o menos como cualquier ciudad), pero que poco a poco se ha ido despoblando hasta convertirse en una ciudad fantasma. Tejada, el protagonista, es un geriatra que llega a la ciudad para hacerse cargo del New Life, la residencia de ancianos que, como el resto de la urbe, se encuentra semiabandonada, con apenas un puñado de ancianos y algún que otro trabajador que irán desapareciendo a lo largo de las páginas.

Los protagonistas creados por la autora merecen un capítulo aparte. Si en el Trepanador de cerebros eran bastante grotescos ( a veces, el local donde vivían se asemejaba a La parada de los monstruos) y parias, los habitantes de esta ciudad podrían ser perfectamente "normales" y, sin embargo, al igual que la ciudad, se han ido despoblando, metafóricamente hablando. La recepcionista de un hotel con ínfulas de adinerada desheredada; la niña que pasa las tardes en una barcucha vieja con un perro famélico y pulgoso recogiendo basura que guarda en una maleta como si de un tesoro se tratase; el investigador que parece que trabaja a las órdenes de Kafka; la enfermera Ariché, que aún le queda algo de humanismo; etc. Este despoblamiento interior se debe a su individualismo; a su soledad buscada. Cada uno de los personajes se rige por sus propias leyes personales e indiscutibles.

La novela, en definitiva, tiene unos rasgos existencialistas; es decadente sin llegar al pesimismo, parece distópica sin dejar de ser muy realista.

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